abril 9

Leonora y la señora Blom

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Hace ya unos años le pregunté al pintor Eugenio Granell si conocía a Leonora Carrington


Puso cara de póker…, como si no supiera qué pensar acerca de su propia ignorancia… y supuse que el postrer representante español del movimiento surrealista debía conservar intactos los puntillosos escrúpulos acerca de las mujeres, de su antañona escuela; esos que las constreñían a ser sus compañeras y musas.

Desde su más tierna infancia, Leonora Carrington fue hostil a todo atisbo de imposición autoritaria y, naturalmente, rechazó el rol que los artistas "vanguardistas" de su época, le querían endosar.

Inconformista nata - y no por desagravio-, hasta llegó a cuestionarse el concepto de lo surreal; en su fuero interno no distinguía con claridad lo que ellos consideraban manifestaciones liberadas del subconsciente de lo que ella sospechaba que, más bien, eran realidades paralelas del alma.

Yo había tenido entre mis manos algunos de los bocetos y dibujos de grafito que realizó en Chiapas, y tenía la certeza de que su trascendental obra El Mundo Mágico de los Mayas era, sensu stricto, una obra plástica de "realismo animista".

Me explico.

En 1963, Leonora Carrington viajó a San Cristóbal de Las Casas con un proyecto en mente; el director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), con el que mantenía una cordial relación, le propuso que pintara un mural para el recién creado Museo Nacional de Antropología e Historia, de Ciudad de México.

 Concretamente, el que iría destinado a la sala de Etnografía de los Mayas de Tierras Altas.

Leonora Carrington era muy consciente del reto que suponía el encargo de Don Ignacio Bernal. Para llevarlo a feliz término era necesario que, antes de ponerse manos a la obra, entendiese las cualidades sensibles del alma nativa. No obstante, la dificultad que ello suponía confiaba en su instinto; en cierta manera, tenía harta experiencia en desdoblarse, en estar al “otro lado". Fuera.

Desde el quiebre psíquico que le causó su reclusión en un sanatorio mental de Santander, no había dejado de hacer antropología del espíritu; e intuía que lo extraño está dentro de uno mismo.

Y acierta de pleno, porque en la representación indígena del ser -en su lógica tan extremadamente distinta a la nuestra- existe una réplica objetiva: lo otro de algo o lo otro de uno mismo…, tal vez, quién sabe. En definitiva, un “Otro".

Al llegar a San Cristóbal de Las Casas, Leonora fue recibida con los brazos abiertos en el museo Na-Bolom; un Centro de Investigaciones Científicas al que acudían eruditos de todo el mundo interesados por los mayas. Dedicado a la salvaguardia de la cultura Lacandona y de su maravillosa selva tropical, Na-Bolom había sido fundado por el explorador Frans Blom y por su esposa, Gertrude Dubi Blom, en 1950. Por aquellas fechas, la señora Blom -la evoco engalanada con su caftán, verde jade, enjoyada con sus collares, brazaletes y singulares anillos- estaba a punto de cambiar de estado civil. Funesta e ineluctablemente, "Trudy" iba a pasar a ser la viuda del legendario danés.

¡Civilizaciones Perdidas, arrieros, agua…, en la era del caballo, o más propiamente al hablar de Chiapas…, de la mula!

Las correrías de su marido en el área maya bordeaban la ficción literaria; pero para conservar su memoria y confirmar la autenticidad de su vida aventurera, quedaría la conocida por la prensa mexicana como "La Reina de la Selva".

A su pesar, sensible a las ceremonias y distinciones de clase -pertenecía a una familia de abolengo de ascendencia irlandesa- la pintora inglesa vio, en la figura mayestática de su benefactora, todo el antiguo esplendor de las sacerdotisas paganas.

Leonora Carrington y "Trudy", que era casi veinte años mayor que ella, congeniaron nada más verse; a las dos les gustaban los caballos con locura.

Y esta última, ejerciendo de cicerone, le enseñó el embrujado pueblo colonial: la sólida torre neomudéjar del Carmen, única en su género; el barroco “indigenizado” de sus viejas iglesias; el neoclasicismo vignoliano de su Palacio Municipal y de sus nobles casonas coletas; también las chozas del valle de Jovel, con sus suelos de tierra apisonada…. donde moran los “hombres-murciélagos”, los tzotziles. Por mediación suya asistió a rituales de curación y ceremonias religiosas y domésticas en San Juan Chamula, San Pedro Chenalhó, Zinacantán, Huixtán… De modo que Leonora fue comprendiendo las emociones y sentimientos más profundos de los indígenas; develando, entre lo oculto y lo visible, las presencias anímicas instaladas en sus corazones. Compañeras algunas como el animal -el nagual- que está sujeto a sus mismos avatares, y otras incompatibles, contra las que deben combatir encarnizadamente.

El ch'ulel está en el interior de uno y, al mismo tiempo, mora en las cuevas, en las montañas, en los ríos salvajes, en los seres sobrenaturales -desde nuestra perspectiva-, con los que nos es obligado mantener un ten con ten (más que un equilibrio). Así debe ser, porque la persona no es una suma integrada del todo, sino, más bien es una reunión de lugares, tiempos y seres caleidoscópicos, diversos, que, lo quiera uno o no, depende de las relaciones concretas que mantiene con lo que le circunda.

Leonora Carrington asume, pues, su identidad múltiple; se supedita a las reglas de intercambio y reciprocidad indígenas -que por lo general les son desfavorables-, se confronta consigo misma y, finalmente, descubre quién es.

Podemos especular todo lo que queramos acerca del significado de las iconografías que emergen de sus pinceles en El Mundo Mágico de los Mayas: los búhos que vuelan hacia la ceiba sagrada… ¿representan la sabiduría, o más bien son dadores de enfermedad, como creen los tzotziles? ¿El cura que encabeza la procesión es cristiano…, o lo que quiere es comerse el “ave del corazón” de los chamulas? ¿Las velas encendidas simbolizan nuestra luz interior, o únicamente miden el tiempo que nos resta de vida?

¿Quién sabe?...; pero de lo estoy seguro es de que sus criaturas no son metáforas surrealistas.

Una deuda de reconocimiento a Na-Bolom, el lugar en donde por primera vez se sentaron juntos a comer extranjeros, coletos e indígenas.

Notas:

Na-Bolom: Casa del Jaguar, en lengua vernácula.

Ch'ulel: fuerza vital a través de la cual los rasgos del carácter y de la personalidad tratan de expresarse.

Tzotzil: etnia mayense. El vocablo tzotzil es un gentilicio que se utiliza también para designar la lengua que hablan. Tzotzil winic significa "hombre-murciélago.

Autor: Julio Lencero Bodas


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