mayo 22

De las otras «Movidas Madrileñas»

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La madrugada del once al doce de mayo, de 1930, la noche madrileña se vio sobresaltada por el extraño resplandor que siempre produce el fuego. Mas en aquella ocasión, las habituales formas parduscas que en casos similares habían venido a recorrer de forma trémula los tejados, asustando ahora sí, y como pocas veces lo habían hecho, a toda la población de gatos; adoptaban en esta ocasión formas verdaderamente aterradoras.

Y para añadir si cabe mayor semántica a la tragedia, el silencio. Sobrecogedor, tétrico, espeluznante, pero también emotivo, y presagio, Madrid se sorprende rodeado de dos síntomas. Uno que se aprecia, en forma de humo, que se agarra a los pulmones. El otro solo se intuye, en forma de silencio, que se aferra al cerebro, al corazón, limitando los movimientos, anulando la capacidad de respuesta.

Madrid arde hoy, mañana podría hacerlo toda España.

Es España un país trágico, conformado a partir de un maremágnum de individuos, muchas veces poco merecedoras de ubicarse bajo el título que les aporta su única ilusión de coherencia, a saber, la de ser españoles.

Por ello es España un país acostumbrado a convivir con la tragedia, la que casi siempre procede de saber que el origen de los problemas que acucian a su realidad, se halla netamente implícito en la esencia de la realidad misma.

Es así que, atendiendo a circunstancias netamente históricas, y extraídas además de fuentes netamente históricas, y por ello inexcusablemente objetivas; que podemos decir que el Periodo de La Restauración, el que abarca desde la vuelta al poder de Alfonso XII con el Golpe de Estado de 1874, hasta 1923, con los movimientos de Primo de Rivera, bien puede conceptualizarse como el último de una larga serie de atenciones destinadas, en la mayoría de ocasiones a hacer más llevadero, en la medida de lo posible, tales dramas.

A partir de semejantes conceptualizaciones, y del drama que inexorablemente va unido a las mismas, tenemos que los diferentes gobiernos que al periodo le son propios, comparten, dentro de su características inherentemente anodina e insulsa, la certeza de que nada es viable, en tanto que en esta España cualquier cosa es posible.

Desde los ejercicios de aparente mesura basados en el aparente ejercicio de prudencia que constituía la alternancia en el poder, hasta las imposiciones meramente ilusorias de radicales conservadores, (y no necesito citar a Lerroux, me basta con los momentos iluminados de Sagasta), podemos entre todos ir componiendo un escenario destinado no tanto a comprender los protocolos que regía y definían las acciones correspondientes, sino sencillamente ubicado en pos de tratar de pintar de manera comprensible los escenarios en los que la misma había de desarrollarse.

Es sin lugar a dudas un periodo oscuro, tanto por los procedimientos, como sin lugar a dudas por las consecuencias de inexorable calado histórico que las mismas traerán aparejadas.

Un periodo en el que la política, en todas sus acepciones, se retira, unos, los menos críticos dirán que a descansar. Otros, que somos menos considerados, decimos sin lugar a dudas que a llorar sus penas por los rincones.

Se trata en términos formales del periodo de los trienios. Estructura diseñada por Cánovas, desde una aparente buena fe, constituye un ejercicio experimental fruto de la certeza que da el saber que España, bien podría ser ingobernable.

Se trata en términos prácticos, de la exposición real de la posibilidad de desarrollar para Alfonso XII un esquema de gobierno en el que desde una Constitución como la de 1976, en la que el Rey es de verdad soberano, se genere una ilusión de democracia que sirva sobre todo de puertas hacia fuera.

Se trata, en definitiva también, y atendiendo a marcos estrictamente internos en este caso, de consolidar la posibilidad de que de la alternancia de las dos formas no de poder, sino de concebir el mismo, representadas a saber por Conservadores por un lado, y Liberales por otro; se construya una ficción de estabilidad desde la que plantar cara a las amenazas residuales, a saber los rescoldos carlistas, y la sempiterna cuestión de la Reforma Agraria, verdadero Talón de Aquiles de la España del momento.

Pero España no está para ilusiones.

La realidad se impone. Tasas de analfabetismo que se sitúan en el caso de las mujeres por encima del 70%. Una nobleza restaurada ahora en forma de terratenientes que, gracias a la incapacidad de todos los gobiernos para aprobar la a todas luces imprescindible Reforma Agraria. Un sistema productivo basado eminentemente en la producción primaria, que hace de España un país agrario, terminarán por hacer que primero el pueblo, y después el gobierno, despierten de un sueño que se torna ya en pesadilla.

Alfonso XIII junto al general Miguel Primo de Rivera después de su nombramiento como Jefe del Gobierno y Presidente del Directorio militar

Miembros del gobierno provisional de la Segunda República; de izquierda a derecha:

 Álvaro AlbornozNiceto Alcalá-ZamoraMiguel MauraFrancisco Largo Caballero

 Fernando de los Ríos y Alejandro Lerroux.

Es así que la ficción de España se aprecia, como suele pasar con la mayoría de las grandes cosas, mejor desde fuera que desde dentro.

Ficción política, toda vez que el aparente modelo de gobierno Liberal de España, se torna en una mera dictadura regia cuando se observa con más detalle.

Ficción social, en tanto que la brecha existente en todos los planos, convierte en poco menos que en un ejercicio onírico el hablar de unidad.

Ficción económica, ya que siendo España un país de campo, lleva más de 30 años enfrascada en una polémica que hace imposible la aprobación de la ley que más imprescindible resulta.

Es una España la de principios del pasado siglo XX, que se halla a su vez obligada a entenderse con un contexto sociopolítico integrado por países que conforman una unidad solo apreciable en términos geográficos.

Los hasta ahora incipientes problemas que han dificultado el correcto desarrollo de los asuntos desde la segunda mitad del XIX, amenazan ahora con volverse del todo intratables, constituyendo con todo la certeza de que la Europa de Bismarck es en realidad una ilusión interesada, cuyo mero cuestionamiento puede hacer saltar por los aires toda Europa.

Y así ocurre, en 1914. La Iª Guerra Mundial, consagración eficiente de todos los males manifestados, viene a dejar a España, en términos que al menos en lo atinente a consideraciones económicas, habrá de ser a priori muy ventajoso, ya que su no beligerancia, le deja en condición de sacar beneficio vendiendo mercadería a los dos grupos en contienda.

Pero esto no será, sino otra ilusión.

Las causas habremos de buscarlas en el presente y en el pasado de la propia España.

En términos de presente, el recorrido político de España es tan corto, que ya a nadie le importa. Pero en realidad viene sin importar desde el siglo XIX. Por eso, y solo por eso, no tenia sitio en ninguno de los grupos enfrentados.

Otros motivos, si cabe más lamentables han sido ya esbozados. La inexistencia en España de una verdadera Revolución Industrial, tiene para nuestro país una consecuencia cuyo dramatismo se aprecia con perspectiva:

Por un lado condena a España a permanecer infinitamente sumida en una condición que podríamos catalogar como de eterna incapacidad productiva más allá de lo fraguado en la tierra.

Por otro, en el caso consiguiente, enfrenta a España en toda su extensión a la comprensión de que la incapacidad industrial en la que se suma España, le impide de todas aprovechar la primera de una serie de oportunidades que, a lo largo de los años el proyecto Europa le irá proporcionando.

Llegados a este punto, casi resulta imprescindible detenerse unos instantes en pos de localizar, si es posible, donde residen, si lo hacen, algunos por someros que sean de los argumentos que se confabulan para conciliar semejante ficción de país.

Y es así que los encontramos. Ignorancia, ausencia de futuro, miedo secular, ausencia de futuro; son algunos de los elementos que asociados a la ficción política que supone el comprobar cómo desde mediados del siglo XIX nuestro país ha vivido, o más bien ha sobrevivido, a una realidad política en la que la eximente de abogar por la estabilidad, ha hurtado a sus ciudadanos el derecho a disfrutar de una verdadera vida democrática.

Porque la certeza de que ni los Liberales ni los Progresistas, constituían de manera alguna, verdaderas fuerzas políticas, se comprende claramente en 1930.

Cuando la ficción se acaba, resulta imprescindible afrontar la realidad. Y ésta se hace patente con la Reforma Azaña para la Secularización del Estado. El objetivo parecía claro, y hasta justo. La omnipotente Iglesia Católica se apoya en un Clero formado por nada menos que 140.000 miembros, lo que supone un religioso por cada 493 españoles. Además, se quedan con más del 2% del Presupuesto Nacional, que a cambio se hace cargo de la Enseñanza Primaria, y sobre todo Secundaria.

Es así que el gobierno afronta medidas destinadas a secularizar el Estado, medidas que van desde la promoción de la Libertad de Culto, hasta la retirada del presupuesto, pasando por una Ley de Matrimonios Civiles.

¡Hasta se secularizaron los cementerios!

Con la IIª República hemos topado. El sector católico ve en la reforma un ataque sin paliativos, y lleva a la jerarquía católica, en voz del primado Cardenal Segura, a enfrentarse activamente con el gobierno repúblicano.

A la salida de una reunión, pronuncia la histórica frase: El español siempre va detrás de sus curas, con un cirio, o con una estaca.”

Esa noche, recibe la respuesta que el momento propicia, y lo hace mediante un mensaje claro, y muy contundente. La noche madrileña se ve sobrecogida por la quema de los conventos de múltiples órdenes, sobre todo Jesuitas.

El fin de la IIª República comienza a ser un hecho.


Nicolas EYMERICH (Inquisidor Mayor de Aragón)

Cronista del Futuro, pues soy de los que sortea obstáculos convencido de llegados al actual momento de la partida, ya todas las cartas descansan sobre el tapete. Es así que el buen jugador será el competente para formular las preguntas adecuadas, pues todas las respuestas han sido ya dadas.

Jasón depositó la felicidad en una meta con forma de oro. Yo creo que la felicidad se encuentra en el camino, correspondiendo a cada uno el deber de encontrarla

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Escríbeme a nido@elnidocaotico.com. Pon en el asunto: para El Inquisidor

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