Escribir la historia siempre ha sido y será privilegio de Reyes y de los que ganan las guerras, pero si queremos una sociedad justa, es necesario hablar sin complejos de los errores pasados sin revanchismos ni falsedades.

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La Guerra Civil Española, está siendo objeto de revisiones interesadas de última hora que solo intentan esconder la vergonzosa posguerra. En aquellos oscuros años, mientras unos eran ensalzados en grandes lápidas de mármol a la entrada de las iglesias, otros fueron carne de cuneta y fosa común.

Mientras unas viudas lucían orgullosas un luto riguroso y sacramental de velo y peineta, otras tapaban su cabeza, convenientemente rapada por la represión, con un velo negro polvoriento y esta situación se dio primero, en plena guerra, en cada pueblo que el ejército sublevado iba conquistando y al finalizar la misma, en todo el territorio nacional, contabilizándose más de 200.000 muertos o desaparecidos después de abril del 39.

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La llegada de la democracia despertó esperanza; unas leyes más justas y universales pondrían a todos los actores de aquella fatídica contienda en el lugar que se merecen, pero nada más lejos de la realidad; a fecha de hoy, vemos perplejos como el propio juez que intentó dignificar a aquellos (Baltasar Garzón) está sentado en el banquillo y casi todo lo actuado, metido en el cajón del olvido.

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Nadie cuestiona el Holocausto como crimen de lesa humanidad, ni tampoco la detención de los ex militares serbios o croatas que intervinieron en la represión de la antigua Yugoslavia, pero, ¿Por qué no se admiten los crímenes cometidos contra los represaliados del Régimen de Franco como parte de nuestro particular holocausto?

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Es sin duda nuestra asignatura pendiente.