abril 21

Brand Stroker. Separando el Infinito

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Pocas son las ocasiones en las que un individuo puede sintetizar ya sea a través de su persona, o como en este caso ocurre, a través de su obra; la materia destinada a servir para contener, si tal cosa fuese posible, la totalidad de los campos emotivos, sentimentales y retóricos llamados a ser tenidos como los propios de una descripción certera de un periodo. Pero lo que verdaderamente convierte tal hecho en algo absolutamente desconcertante se revela ante nosotros cuando verificamos, en este caso por medio de la experiencia directa y sensible, que tales logros se llevan a cabo o en todo caso se implementan a través de las emociones contenidas en una sola obra.

Cierto es en todo caso, que no hablamos de una obra cualquiera. De hecho, figuras de la talla de CONAN-DOYLE llevarán a cabo sonados elogios de la misma; y otros, si bien no cualquiera pues entre ellos se encontrará el mismísimo WILDE, dirán sin ambages que nos encontramos ante la más bella obra escrita en nuestro tiempo.


Es por ello que Drácula, en tanto que obra literaria, no puede ni por supuesto debe se contenida y a la sazón limitada, en tal o en cual periodo histórico. De hacerlo, aquel que a tal fin destinara sus afanes no vería éstos satisfechos sino con el resultado del fracaso (lo que en su vertiente social constituye el material del que se alimenta el ridículo), pues cualquier consideración sobre Drácula, ya fuera ésta tenida en relación al personaje, o al ente histórico que le sirve de referente, amenaza por su propia naturaleza con escaparse de los límites de lo tenido por real, irrumpiendo a continuación de manera absolutamente verosímil a la par que inevitable en el territorio de lo mítico, y por ello de lo inexpugnable.


Es por ende que si son las obras las llamadas a tejer los perímetros destinados a contener los elogios que han de hacer grande a un autor, Drácula en tanto que obra parece ser el prototipo de todo aquello que cualquier autor, sea cual sea la época en la que hayamos de instalarlo, desearía poseer en su acerbo ya fuere particular o  personal.


Pero en esencia, y comenzando ya a hacer justicia, Drácula no es sino una obra, un resultado; en este caso hay que decirlo, el resultado de toda una vida.


En la semana en la que se acaban de cumplir los ciento setenta años del nacimiento de Bram STOKER (Clontarf, 8 de noviembre de 1847-Londres, 20 de abril de 1912); el silencio llamado a contener todas las conmemoraciones que se han tenido a bien desarrollar con respecto al hecho en sí mismo, sirven en realidad sino para poner de manifiesto en factor que por excelencia llama a denotar lo que para un hombre de la figura de STOKER habría de consolidar el escenario en el que su éxito alcanza su mayor plenitud pues: ¿a qué mayor logro puede aspirar el que se sabe digno en su ámbito, que a prevalecer en lo propio como se corresponde de ir infinitamente ligado a un logro de la magnitud del que para la Literatura Universal representa de manera indiscutible una obra como Drácula?


Si bien en el terreno literario STOKER puede ser reducido a ser el autor que dio vida a Drácula (el llamado a generar en nosotros el modelo de todo vampiro, lo que supone decir que de todos los miedos que a partir de 1897 dibujarán todo el terror llamado a contenerse primero por Europa, y después por el mundo), bien pudiera ser una verdad, aunque una verdad injusta si ya sea de manera consciente o inconsciente, cedemos a la tentación de diluir el inexorable vínculo que une al personaje con su obra.


Llegados a este punto, STOKER y su creación (pues no en vano es un buen momento para dejar claro que Drácula es eso, el resultado de una imaginación desbordada), sin que de ello se devengue minoración alguna al respecto de la grandeza que tras el personaje y la obra se esconde; constituyen en realidad un hito cuya magnitud y calado merecen una reconsideración en el tiempo y en el espacio, tal y como se desprende de la valoración en este caso estrictamente objetiva en base a la cual tanto el personaje, como las consecuencias que de los actos del mismo se extraen, satisfacen de manera evidente tanto pretensiones como en otros casos los más íntimos deseos de hombres y mujeres inscritos en un periodo que en todo caso no abarca menos de los ciento veinte años que hace de su publicación.


Pero estamos cayendo en la propia trampa que hemos amenazado, toda vez que llegados a este punto somos víctimas de la abducción que el personaje lleva a cabo. Un personaje que, no debemos olvidarlo, surge plenamente de la pluma de un STOKER que se diría concebido con un fin: El de alumbrar una obra cuya magnitud bien pudiera servir de referente a los que ya fuese consciente o inconscientemente, albergaran el deseo de encontrar el verdadero límite del Movimiento Romántico.

 

Porque aunque los preconizadores del pragmatismo a ultranza, y de su herramienta de discordia (a saber la cronología), digan y no sin razón, que la fecha de publicación supera con mucho los márgenes a partir de  los cuales resulta intolerable definir como de romántica una obra; lo cierto es que sólo desde las consideraciones que a tal movimiento competen podemos atribuir y a la par no desacreditar ni una sola de las múltiples virtudes que conforman la obra.


El viso de genialidad, o cuando menos de excentricidad, que resulta imprescindible para volver tolerable semejante compendio, se revela como posible cuando constatamos la ingente cantidad de excepcionalidades que convergen en este caso en derredor de la biografía de Bram STOKER. Excentricidades, circunstancias (unas evidentes, otras que analizadas con la perspectiva que proporciona el a priori parecen casi capciosas), pero que de una u otra manera acaban por encajar las piezas de una manera tan excepcional como única.


La compleja biografía del autor, tiene desde su más corta infancia aspectos llamados a ser imprescindibles de cara a elaborar el complejo mapa de una personalidad no menos compleja. Con una infancia ligada a la enfermedad, el hecho se pone de manifiesto en toda su relevancia a la hora de imaginar el vínculo para con lo fantástico que se genera en un niño que hasta casi cumplidos los ocho años de edad no puede salir a la calle; y que llena su tiempo leyendo libros que extrae de la ingentemente dotada biblioteca de su padre, un funcionario educado que tiene precisamente en sus libros su mayor tesoro; y escuchando las historias de terror mágico que su madre, una burguesa ilustrada, le cuenta, netamente convencida no sólo de que éstos no sólo no le harán ningún mal, sino que incluso le serán útiles.


¡Y lo fueron! Tanto, que se mostraron inevitables a la hora de comprender cómo un muchacho enclenque y tendente a la enfermedad, evolucionara hasta el punto de llegar a ser campeón de atletismo. Pero más allá de sus logros personales (o incluso formando parte inseparable es éstos), en la mente de STOKER bulle ya una tentación que en torno a lo misterioso, a la mítico; pero también a lo oscuro, a lo insondable, acabará por convertirle en el catalizador que nos permite no ya ubicar a STOKER en un periodo concreto, sino consolidar la certeza de que será Bram STOKER el responsable de unir con poder igualmente insondable dos periodos contradictorios (como corresponde a los periodos que consecutivos en el orden cronológicos, resultan por ello imposible de coordinar en el periplo de técnica o de objetivos perseguidos).


Responsables de todo ello fueron, entre otros, Arminius Vánmbery (Bamberger en realidad). En su condición de reputado orientalista húngaro, el Sr. Bamberger sirvió entre otras cosas para aportar cohesión a los apuntes en este caso extractados a colación de la obra Informe sobre los Principados de Valaquia. Escrita por Emily Gerard, la obra supone mucho más que un catálogo de consideraciones, un compendio de datos e información, llamada y por sí sola suficiente para incendiar en el mejor de los casos la mente de un STOKER que llegados a este momento se ha convertido ya en un verdadero investigador interesado en cuanto tiene que aportar el compendio folklórico que se corresponde con Europa, y que tiene especialmente en Rumania su manifestación más exultante, o al menos la que con mayor fuerza inflama los deseos de un Bram STOKER que, no lo olvidemos, es especialmente sensible a tan sutil forma de manipulación.


Se cierne así pues sobre nosotros otro escenario si cabe más interesante por lo que a título potencial representa, en base al cual las consideraciones estrictamente objetivas que resultan de valorar los conocimientos que el autor posee, terminan por converger en la conciliación de una nítida y superior experiencia de un Hombre Moderno que en cierto modo anticipa los males que en este caso filósofos contemporáneos como el propio Nietzsche habrían de considerar, en este caso desde perfiles y con consistencia netamente antropológica.


Surge así el aspecto nacionalista de un STOKER llamado a poner sobre la mesa la consideración de un verdaderamente moderno Hombre Europeo llamado a conciliar la unidad que para su supervivencia resulta imprescindible, a partir de la interpretación que de los vínculos de homogeneidad y pertenencia pueden desprenderse de un Folklore con arraigo común.


De ahí, a la comprensión de las consecuencias que en materia de tiempo y espacio se suscitan en torno la metáfora que la unidad de la sangre proporciona, hay tan solo un paso.


Convergen así pues de manera casi coyuntural aspectos y elementos que si se ordenan sin pasión ni prejuicios (si tal cosa fuera posible), acaban por delimitar un escenario en el que la tesis propia de los nacionalismos convencionales se ve superada al revelar en qué medida las aspiraciones de STOKER  no son limitadoras ni excluyentes, estando más bien al contrario destinadas a dibujar escenarios que además de no contener al Hombre, son capaces de promover en el mismo actitudes constructivas y de comprensión hacia las que una Cultura Grecolatina primero, y Cristiana después, se habían mostrado como hábiles a la hora de limitar o impedir por medio ya fuera de amenazas o castigos, todo tipo de aproximaciones útiles.


Así, el vínculo de sangre, tan propio por otro lado en consideraciones de valor en el talante europeo, adquiere aquí una connotación que ineludiblemente lo liga de manera co-substancial  con la manera que de comprender conceptos y magnitudes como el infinito o incluso la inmortalidad, eran preconizados precisamente por los que durante dos mil y ya más años se han atribuido y en exclusiva el derecho a decir lo que está bien y lo que no en campos tan imprescindibles e inusitadamente humanos como lo son éstos que tratamos.


 Tal vez por ello sea que STOKER duerme un sueño largo, silencioso, e inusitadamente prolongado.



Nicolas EYMERICH

Nicolas EYMERICH (Inquisidor Mayor de Aragón)

Cronista del Futuro, pues soy de los que sortea obstáculos convencido de llegados al actual momento de la partida, ya todas las cartas descansan sobre el tapete. Es así que el buen jugador será el competente para formular las preguntas adecuadas, pues todas las respuestas han sido ya dadas.

Jasón depositó la felicidad en una meta con forma de oro. Yo creo que la felicidad se encuentra en el camino, correspondiendo a cada uno el deber de encontrarla

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