octubre 29

Entender a NIETZSCHE

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ENTENDER A NIETZSCHE, TAL VEZ LA ÚNICA MANERA PLAUSIBLE DE ENFRENTARSE A LA ARDUA LABOR DE ENTENDER NUESTRO AQUÍ Y NUESTRO AHORA.

Porque la Tradición ha demostrado que la única manera que garantiza el éxito a la hora de entender realmente algo, pasa inexorablemente por guardar cierta perspectiva para con la misma; y a día de hoy el único hombre que ha sido capaz de abandonar su condición de ente social y volver luego para contarlo, ha sido Friedrich NIETZSCHE.

¿Es Nietzsche un Hombre? ¿Un Filósofo? Tal vez como él mismo deja ¿claro?, a lo largo de su obra, es que sólo a través de la conjunción de ambos parámetros puede el Hombre aspirar a creer aquello que no está preparado para entender.

Sea de una u otra manera, que pocos hombres han cavado tan profundamente su arraigo en la Historia, asistiendo al paseo que él mismo por ella se dará toda vez que se convertirá de forma clamorosa en uno de esos raros individuos que se muestra capaz de desentrañar las complejidades de su presente incluso a los que resultan contemporáneos suyos, añadiendo además el plus de hacerlo entre quienes comparten con él no sólo época, sino también lugar.

Tiempo y Espacio, variables para otros insondables, cuando no ampliamente determinantes en tanto que destinadas a concitar los límites para el desarrollo tanto del pensamiento como de las consecuencias de éste; que en el caso de Nietzsche no hacen sino erigirse como parámetros, eso sí excepcionales, dentro de lo que supondrá su proceso básico a saber, el que pasará por describir al Hombre no como una realidad autónoma, sino co-substantial al propio contexto, definido precisamente por ese Tiempo, y por ese Espacio.

Tiempo y Espacio. Variables o en el mejor de los casos conceptos que para la mayoría de los mortales no es que sean importantes, más correcto resultaría decir que son vitales. Sin embargo para nuestro autor tales no se corresponden más que otro de esos extraños ejercicios que junto a otros también practicados por la mayoría de los mortales, no vienen sino a constituir la enésima muestra de lo más pueril de su conducta, la que pasa por poner de manifiesto la incapacidad que en la mayoría anida de vivir su vida de manera libre, digna y coherente.

Convergen todas estas consideraciones, lejos en cualquier caso de conformar una suerte de caos, en la sinfonía que Nietzsche compondrá (decir que la escribe supondría dar por hecho el sacrificio de la tan necesaria improvisación, factor por otro lado al inherente al ejercicio de la Vida), que lejos de suponer un alarde de individualidad, o una suerte de consideración destinada a ser entendida si no interpretada por unos pocos tan solo; terminará por convertirse en la mejor herramienta a la hora no solo de aportar luz sobre las vivencias de Nietzsche, sino que por su marcado carácter descriptivo, se erigirá en un arma más que útil de cara a afrontar la compleja labor de entender el Tiempo, sobre todo cuando éste se convierte en época, más concretamente tu época.

Porque dar por sentado que Nietzsche es un hombre alejado del Tiempo y del Espacio, ni puede ni debe ser interpretado como un ardid destinado a deslizar que Nietzsche era en realidad un cobarde que se negaba a “pagar su cuota” a Cancerbero. Más bien al contrario, nuestro hombre era en realidad uno de los pocos, lo que convierte en exclusivo todo lo que toca, que a ciencia cierta y por supuesto con todas sus consecuencias era neta y plenamente conocedor de todas las circunstancias que se enrolaban en ese aparentemente sencillo proceso en el que para muchos acababa convirtiéndose la Vida.

Por ello encuadrar a Nietzsche dentro del Círculo de Filósofos de la Sospecha, y lo que es más, erigirle de manera aparentemente accidental en su supuesto líder, no solo no es una equivocación, no supone ni tan siquiera una cuestión que pueda o deba discutirse. Decir que Nietzsche es el Filósofo de la Sospecha por excelencia responde realmente a una necesidad.

Algo que responde a una necesidad. Pero qué clase de necesidad y, lo más importante; Una necesidad… ¿de quién?

Es, llegado este momento, donde hemos de comenzar a poner de manifiesto uno de los protocolos más importantes a los que ha de enfrentarse cualquiera que desea introducirse de manera más o menos consecuentes dentro de los denominados “Conceptos Nietzscheanos”. Estoy hablando de la necesidad de retorcer la Verdad. Algunos podrán decir que no será más que una burda forma de manipular, incluso de mentir. Sin embargo, tal y como ocurre con la mayoría de las cuestiones que afectan a Nietzsche en cualquiera de sus múltiples nociones, no supondrá más que otra forma de lección oculta. Una lección que por otro lado en este caso hace mención a uno de los conceptos principales, el que pasa por plantear si la Verdad, en tanto que tal, existe. Y de ser así, ¿está sujeta a variaciones competentes a promover el éxito del Relativismo?

Todo para acabar aceptando, nunca asumiendo, que si bien Tiempo y Espacio parecen no afectar al autor toda vez que su Pensamiento y por ende la Filosofía que del mismo resulta parecen de todo menos influidas o a la sazón limitados por lo corpóreo de los parámetros así implementados, lo cierto es que Nietzsche no solo influyen sino que a la postre son imprescindibles de cara a tratar de implementar en el Siglo XIX las variables u orientaciones que faltaban para desentrañar la que parece ser su función última a saber, proporcionar un colchón que excuse las aberraciones que sin par ocurrirán a lo largo del Siglo XX.

Porque para empezar a comprender, o para ser más sinceros, para empezar a hacer comprensible el Pensamiento de Nietzsche; resulta imprescindible ubicarlo dentro del imperdurable contexto que nos proporciona el Siglo XIX, concretamente en su segunda mitad. Dicho lo cual, ¿ha sido esto mentir en lo concerniente a la aparente ausencia de contexto en la que se mueve nuestro genial autor? A nuestro entender, no. Y la explicación pasa por entender que en un caso normal, el autor ha de sublimarse a su época, de forma que podría sentirse feliz sin con el tiempo la crítica llegase a considerarle un “digno descriptor” de su tiempo. En el caso de Nietzsche el tiempo en sí mismo es quien se pliega a las demandas del autor, de manera que en determinadas ocasiones el giro que toman determinados acontecimientos parecen asimilarse a alguna suerte de cabriolas de las que el momento se sirve para corregir lo que chirría o se opone a lo que Nietzsche hubiera planificado o en el menos malo de los casos pronosticado.

Así, Nietzsche y su Filosofía resultan no solo imprescindibles para comprender el Siglo XIX, sino que a la vista no tanto de las consecuencias posteriores, como sí más bien de algunas de las atribuciones muchas de ellas falaces que en cualquier caso se le han otorgado, resulta del todo menos absurdo considerar que esta especie de magia se extenderá recubriendo con su alargada sombra todo lo que vendría a ser la primera mitad del siglo XX.

Pero sin necesitar tales ejercicios, la dificultad que tanto en materia de componentes como de semántica es fácilmente atribuible al Siglo XIX le convierte por sí mismo en un digno candidato a centrar todos nuestros intereses. De esta manera el Siglo XIX no sería comprensible en toda su magnitud sin Nietzsche sencillamente porque es él quien con su presencia y con su Filosofía vienen a dotar de ese brillo co-sustancial a un periodo que de otro modo bien podría haberse visto reducido, como en muchos otros casos, a una mera sucesión de hechos que desde una perspectiva inherente bien podrían responder a una suerte de política determinista.

Por ello podemos concluir sin miedo a la equivocación con patente de exceso que nuestro autor no es que sea necesario, es que resulta imprescindible; no tanto para entender cuando sí más bien para interpretar el Siglo XIX y en especial las múltiples consecuencias que, proyectadas hacia el futuro están por llegar.

Y digo interpretar que no entender en la medida en que tal mención requiere de la fortaleza de añadir la variable subjetiva propia de la opinión, a la que inexorablemente va ligada la responsabilidad. Precisamente ahí en la responsabilidad, y en las consecuencias y efectos que ésta tiene sobre el Hombre y sobre sus valoraciones, es precisamente donde surgen con el tiempo las mayores discrepancias, discrepancias que acaban siendo volcadas primero contra Nietzsche, para finalmente trascender a su obra.

Así, los hombres cobardes por naturaleza, enemigos no tanto de la verdad, como sí más bien de las consecuencias que a ésta van ligadas en forma de responsabilidad, deciden matar al mensajero toda vez que la precisión del maestro en el arte que no tanto en el alarde de presagiar lo que está por venir, tiñe el sueño primero alemán y luego europeo de un matiz negro rojizo nada interesante, toda vez que pone a los píes de los caballos el gran proyecto que a priori habría de suponer la superación de todas las penurias y dificultades que asolan al Hombre; lo que en términos del propio autor hubiera supuesto la destrucción del propio hombre, pues como el autor destaca, el Hombre solo obtiene aprendizajes válidos a través del sufrimiento, por la superación de la frustración que a tales acompaña.

Se gesta así la ruptura del Hombre con Nietzsche. Solo conozco a dos especies capaces de vivir solas. Los unos son Dioses, los otros son Filósofos. Y en medio, Nietzsche.


Nicolas EYMERICH (Inquisidor Mayor de Aragón)

Cronista del Futuro, pues soy de los que sortea obstáculos convencido de llegados al actual momento de la partida, ya todas las cartas descansan sobre el tapete. Es así que el buen jugador será el competente para formular las preguntas adecuadas, pues todas las respuestas han sido ya dadas.

Jasón depositó la felicidad en una meta con forma de oro. Yo creo que la felicidad se encuentra en el camino, correspondiendo a cada uno el deber de encontrarla

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Escríbeme a nido@elnidocaotico.com. Pon en el asunto: para El Inquisidor

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