Me detengo por enésima vez en la reflexión que plasmada sobre estas mismas páginas hace algunos días nos regaló José Antonio GÓMEZ, la cual hacía mención a ese inestimable tributo que mutuamente se han guardado el cine y la historia del derecho; y no es sino en la última que por fin doy con el detalle que durante todas esas veces me ha hecho rechinar al dejarme con la sensación de que algo, o más bien alguien, falta.
Así, sin añadir un punto y por supuesto sin mutar una coma, que en este caso podría traducirse en alguna suerte de delación para con la lista de enormes actores que él mismo cifra; es precisamente de la magnificencia de esa lista de donde me atrevo a apuntar como irrespetuosa, casi irreverente, la ausencia que en la misma se observa al no estar Burt LANCASTER.
Corre diciembre de 1961. Europa y a la sazón el mundo comienza a ver amanecer, pues no en vano una vez que el polvo y el humo se hubieron despejado… ver la luz del sol, a pesar de que siempre estuvo ahí, resulta más sencillo.
La luz recupera entonces su verdadera función, la de iluminar el futuro; superado queda pues el resquicio que desprende el efecto que las sombras todavía provocan. Es entonces cuando un director, Stanley KRAMER, decide llegado el momento de contar el presente en un tono que, superando al de mera crónica, tan presente en otras obras que intentan lo que esta consigue; se estrellan contra el muro que ¿VENCEDORES O VENCIDOS? logra derribar. El muro de reflexionar sobre los efectos que en los hombres ha tenido una guerra cuyo verdadero y más terrible consecuencia ha sido el de ser capaz de arrebatarles lo más propio, lo destinado a diferenciarles como humanos.
Fotograma de la película Vencedores o Vencidos
Es entonces cuando Burt LANCASTER se mete en la piel de Ernst JANNING. Llamado por suerte o por desgracia a ser tenido como el mejor ejemplo de las terribles paradojas a las que la guerra da a lugar; el Doctor JANNING ejemplifica el momento histórico en cuyo transcurso el que estaba llamado a ser uno de los más importantes juristas no ya de Alemania sino del mundo (de lo que dan fe no sólo la cantidad como sí más bien la calidad de las múltiples obras a tal efecto publicadas); termina por convertirse, y por él mismo, considerarse, como uno de los más grandes monstruos de cuantos ha visto la Humanidad. La causa, él sí sabía lo que hacía. “Si no sabíamos era porque no queríamos saber. ¿O no escuchábamos los gritos en la noche?”
Jurista de condiciones inequívocas, no en vano es uno de los más importantes redactores de La Constitución de WEIMAR, JANNING recorrerá de nuevo las salas del Palacio de Justicia de NUREMBERG. Unas salas que no le son desconocidas, no en vano él mismo protagonizó en las mismas algunas de las páginas más aterradoras de ese otro escenario del nazismo menos conocido; ese nazismo que se refrenda en, por ejemplo, el juramento de lealtad que una u otra vez hubo de ser acatado por todo alemán, o en unas leyes terribles, como las que por ejemplo impedían y penalizaban tanto las relaciones como por supuesto el matrimonio que incluyese a judíos con alemanes.
Los juicios de Núremberg empezaron el 20 de noviembre de 1945 contra la cúpula nazi.
Abajo a la izquierda, con lentes oscuros, está Hermann Göring, seguido de Rudolf Hess, los acusados de más alto rango.
“Fueron Hitler y los suyos”. ¿De verdad fueron Hitler y los suyos? ¿Ellos solos pudieron dar lugar a tanto espanto, en tan corto periodo de tiempo?
“Mein Kampf” la obra erigida en aras de contener los principios de lo que está llamado a ser, así como el manual para desarrollar los preceptos destinados a sustituir lo que está llamado a desaparecer, se publica el 18 de julio de 1925. Si los cálculos no fallan y JANNING es juzgado en la segunda edición de los famosos Juicios de Nuremberg, que tienen lugar en 1948, 23 años son suficientes para contemplar el auge y caída de una de las mayores aberraciones de cuantas ha podido experimentar el ser humano. Y la mayor causa de esa aberración la expresa muy claramente el personaje interpretado por LANCASTER: “¿Sabe qué ocurrió en Alemania? Nadie tiene la culpa de nada. Los alemanes son inocentes. Ocurrió que vinieron los esquimales y se hicieron cargo de todo. La culpa es de ellos. La culpa es de los malditos esquimales”. Hans Rolfe visita a Janning en la prisión y dice: “No se deje quebrar. Si Lawson muestra las películas de los campos yo puedo mostrar peores imágenes de Hiroshima y Nagasaki. Los norteamericanos no pueden juzgarnos. Nadie puede juzgarnos. Si Alemania es culpable, el mundo entero lo es”. Lawson muestra las películas de los campos. Uno de los jueces nazis –en el comedor de la cárcel– le pregunta a un SS también encarcelado: “¿Es verdad eso? ¿Son verdaderas las películas que mostró Lawson? ¿Cómo puede ser eso posible? ¿Cómo puede ser posible matar a millones de personas?”. El SS, sin dejar de comer, sereno, casi indiferente o aburrido, dice: “Es posible. Lo difícil no es la matanza. Lo difícil es deshacerse de los cadáveres”
Y lo peor es que todos tienen razón. Mucho antes de tener que acudir a las imágenes de Hiroshima, Oliver WENDELL HOLMES llegará a juez de El Tribunal Supremo de Estados Unidos habiendo salpicado su vida de cuestiones tan aparentemente incompatibles como las que van de haber salvado del desguace a un barco que acaba siendo elevado a monumento nacional (y todo gracias al poema por éste escrito); hasta erigirse en uno de los artífices del movimiento filosófico del Pragmatismo en el cual, junto a otros como William JAMES, interpretando a KANT y a DARWIN, llegará a justificar incluso la castración de sus semejantes “si con ello se pone coto a los terribles males que en el futuro pueden asolar nuestra gran nación”.
Y el denominador común de todas estas historias: El propio Hombre. Capaz de reconocerse en lo grotesco y en lo sublime, es precisamente la incapacidad para disimularse en la perplejidad de lo enajenante lo llamado a advertirnos de nuestro gran peligro. El peligro que pasa por saber que desde siempre y por siempre no es sino la certeza de nuestro albedrío, o más concretamente la concreción de que en nuestra responsabilidad en el mismo se esconde, lo que nos alerta ahora y siempre de que la amenaza está siempre presente.
Una amenaza que bien puede tornarse en tres palabras, las que el juez Ernst JANNING usaba para decidir quién podía vivir en su querida Alemania, o quién no podía infectar la tierra.
“Construya una frase con las siguientes palabras: Liebre, cazador, campo…”
Nicolas EYMERICH (Inquisidor Mayor de Aragón)
Cronista del Futuro, pues soy de los que sortea obstáculos convencido de llegados al actual momento de la partida, ya todas las cartas descansan sobre el tapete. Es así que el buen jugador será el competente para formular las preguntas adecuadas, pues todas las respuestas han sido ya dadas.
Jasón depositó la felicidad en una meta con forma de oro. Yo creo que la felicidad se encuentra en el camino, correspondiendo a cada uno el deber de encontrarla
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