enero 5

De la Epifanía

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Maravillosa en definitiva, es la fecha en la que hoy nos encontramos. Constituye por definición la Epifanía del Señor, uno de los momentos culminantes no ya sólo de la fenomenología cristiana, sino que en la misma convergen además gran parte de las consideraciones ritualistas paganas que, al menos en su primera parte, integraban de manera ineludible las formas y maneras de proceder del cristianismo primitivo, que luego terminaría por dar lugar a los densos y elaborados protocolos del Rito Cristiano propiamente dicho.

Significa Epifanía “Gracia de Dios”. Viene no en vano a significar el fin de un proceso de búsqueda, generalmente largo y complicado que, de repente, y en definitiva por acción no meritoria, sino procedente de una gracia, alcanza su solución de manera no empírica, tampoco racional, (esto es, ajena a cualquier procedimiento); sino que más bien de manera absolutamente intuitiva, es agraciada con la consecución satisfactoria del logro que a priori había consolidado el motivo de la búsqueda.

Es así que, la Epifanía, constituye en tanto que tal, una de las realidades más antiguas con las que cuenta la Tradición Cristiana, hasta el punto de que se celebra ya incluso antes que la propia Navidad, toda vez que en el Antiguo Egipto existe constatación de su conmemoración desde comienzos de la segunda mitad del siglo IV, coincidiendo, curiosamente, con las celebraciones del solsticio de invierno.

El hecho celebrado constituye, al menos en términos meramente conceptuales, uno de los más hermosos a la par que controvertidos de todos los que componen la tradición, si excluimos lógicamente el de la propia condición de Mesías, con el que por otra parte guarda una directa relación.

Así, si bien Mesías puede significar El Salvador, no es menos cierto que traducciones más directas, esto es menos sujetas al prejuicio que aportan las interpretaciones posteriores, le adjudican más bien el valor de El Libertador. Si a esto le unimos que Epifanía es, en términos paganos el acceso a una realidad mediante el acopio de conocimientos no procedentes de protocolos pragmáticos o racionales convencionales, conformamos con ello los ingredientes fundamentales para constatar el proceso por el que pasamos del Jesús Hombre, al Jesús Hijo de Dios, y con ello Dios en sí mismo.

Dicho de otra manera, la vinculación en una sola realidad, la de Jesús de Nazaret, de ambos conceptos, nos ofrece la posibilidad de aproximarnos al estudio del mismo desde la óptica más empírica, esto es, desde el plano de la condición más humana de Jesús.

Todas estas consideraciones, parten en realidad de una cuestión netamente conceptual. Si Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios que nace en Naturaleza Humana, ¿Cuándo se hace consciente de su condición superior?

Lejos de tratar de dar respuesta aquí a semejantes cuestiones, si que dispondremos de diversas maneras el escenario para comprobar cómo, al menos según la convicción histórica, Jesús va accediendo a su superior realidad, o al menos a su concepción de la misma, a lo largo de varias etapas o periodos, las cuales tienen su finalización parcial, o término de disfrute temporal, en diversos Episodios Epifánicos, los cuales son al menos tres, si tenemos en cuenta las diversas entradas que al respecto se nos promueven desde los textos canónicos, los cuales conforman en sí mismos la Biblia; aunque serán hasta siete si aceptamos las aportaciones que se hacen desde los documentos apócrifos, esto es, los no aceptados por la Doctrina Oficial de la Iglesia Católica; entre los que pueden destacar El Evangelio de Tomás niño, o sobre todo las Epístolas Paulistas Tardías.

A pesar de ello, o tal vez sería mejor decir con todo ello, el episodio por excelencia, es aquél relatado en la Biblia, según el cual un  número de definido de dignatarios (en ningún lugar se afirma que hubieran de ser obligatoriamente reyes, ni mucho menos magos), ofrecen al niño recién nacido oro, incienso y mirra, allí, en el mismo lugar en el que ha acaecido su advenimiento, en un humilde pesebre, en el establo de una posada de Belén de Judá (ahora despojado eso sí del aliento reconfortante del buey y de la mula), pero eso sí accediendo a la herencia preceptiva que le dejan unos padres que son herederos protectores de las más antiguas tradiciones hebreas en tanto que descendientes directos de El Rey David.

Es probable que del número de ofrendas, se infiera el número de los agentes inductores. Si bien no es menos cierto que su número variará con el tiempo, y según la tradición a la que refiramos la visión del acontecimiento, alcanzando el número de ocho, e incluso el de doce, ¡y en algunos casos incluso acompañados por legiones de soldados!

A pesar de todo, y tal vez lo más importante, sea el carácter de integración que el episodio destila. Así, la condición de procedentes de Oriente, impregna su presencia de un carácter aglutinador que proporcionará al Cristianismo de una patente de universalidad que ya no abandonará en ningún momento, y que en el tiempo que estamos analizando se convertirá en algo muy importante ya que, el carácter pagano de los tres reyes convierte su acto de sumisión, en la metáfora perfecta por la que el resto de tradiciones paganas se rinden metafóricamente ante la nueva religión, dando pie a un protocolo que luego será hábilmente explotado por los primeros padres de la Iglesia toda vez que constituirá la gota definitiva en un tiempo rico no ya en conversiones, sino en abandonos de la tradición judía ortodoxa.

Sin embargo, igual de adecuado resulta exponer que, de manera similar, la celebración de la llegada de los Reyes Magos constituye, superadas invasiones de tradiciones ajenas, uno de los momentos de mayor satisfacción para nuestros niños. Pero llegados a éste punto, y una vez más, conviene preguntarse. ¿Quiénes fueron, qué representan, y desde cuándo se acuña la tradición de los Reyes Magos?

Si nos atenemos a la transcripción escrupulosamente canónica, la única reseña efectuada en las Sagradas Escrituras a éste respecto aparece brevemente en el Evangelio de Mateo, II- 1-12. En el mismo, se menciona a los Magos. Mas ha de iniciarse desde tal reseña una larga aventura encaminada a encontrar a los mencionados, a saber hombres devotos cuya vida cambió a raíz de la fenomenal experiencia vivida. De la mencionada experiencia, aparecen pronto testimonios recogidos tales como las Actas de Tomás, del siglo III, complementadas y mejoradas a continuación por el Opus Imperfectum in Matthaeum, correspondiente al Siglo V. Estas obras vienen a consolidarse como la base de la Tradición Latina Occidental, aceptándose con ello la base de que habrá de ser a lo largo del tránsito que va de la Alta a la Baja Edad Media, donde se van creando los diferentes componentes.

El episodio del viaje encuentra eco en autores como el Pseudo Agostino Enrique de LIEJA y Rodolfo de SAJONIA. Siendo en las páginas del mencionado LIEJA donde aparecen los orígenes de la procedencia oriental, completado luego en páginas del mismísimo Marco POLO. Los orígenes  reales se recuerdan en las Crónicas pseudo dionisiacas del Libro de Colonia. Sin embargo, es la existencia de una ingente cantidad de noticias en la que se entrecruzan las tradiciones orales, las que acaban por conformar una inmensa leyenda surgida en torno a un suceso real

La existencia de la Fábula más bella del Mundo contada en toda la Historia, hunde sus orígenes en el año 70 d.C, momento en el que un autor que escribía en arameo, en la época en la que los ejércitos de Tito destruían Jerusalén, da lugar a lo que se conoce como Evangelio de San Mateo. Es tan sólo Mateo el que narra como habiendo nacido Jesús en Belén de Judea, siendo los tiempos de Herodes III el Grande, llegaron hasta el lugar unos magusàioi venidos de oriente, en busca de “El Rey de los Judíos”, del que habían visto la estrella.

Cuando sobre el monte Vaus, en el día del nacimiento de Jesús, se avistó una estrella más luminosa y brillante que el sol, los tres reyes se pusieron en camino. El mencionado monte queda identificado como el Savalán, la cima más alta de Acerbayán, en la Persia noroccidental. La tradición latina medieval le llama Vaus “Monte de la Victoria”.

Partió Melchiar rey de Nubia y de Arabia. Era el más bajo de los tres, y carecía de esposa y concubinas.

Del reino de Godolia y de Saba partió Balthasar; y partió Jaspar, el más alto de los tres, oscuro de piel como los etíopes, siendo rey de Tharsis y Eriseula, la isla donde la mirra crece en plantas que son como doradas espigas.

Habiendo salido los tres de lugares diferentes siguieron a la estrella. Eran tiempos de paz, y nadie les cerraba las puertas. Caminos desconocidos, cauces fluviales, desiertos, pantanos, todo se transformaba a su paso en vías de sencillo tránsito. Y fue así que en la encrucijada, bajo el Calvario, a dos millas de Jerusalén, los tres Reyes Magos se encontraron. Hablaban lenguas diferentes, y procedían de tierras muy lejanas, pero les bastó con verse para comprender que los tres perseguían el mismo fin

Llevaban para el niño regalos procedentes de la Casa de Salomón, y de su Tiempo, el cual hay que recordar perteneció una vez a Alejandro, hijo de Filipo de Macedonia, y a la Reina de Saba.

Entraron en Belén hacia la hora sexta, esto es hacia el mediodía, poniendo así fin a un viaje que había durado trece días. Ofrecieron dones preciosos. Melchor trajo oro, símbolo eterno de la Divina Majestad y la Realeza. Baltazar ofreció incienso como símbolo de sacrificio y divina potestad. Gaspar ofreció Mirra, símbolo funerario y signo de la fragilidad humana.

Melchor ofreció una manzana de oro, y treinta denarios áureos. La manzana había pertenecido a Alejandro Magno, fundida a partir de parte de los tributos de las provincias del Imperio. Alejandro la sostenía en su mano como si se tratara del mundo del que era dueño.

Los treinta denarios áureos eran los mismos que Abrahán había llevado desde Ur hasta Hebrón, con los cuales había comprado el terreno para la sepultura de su familia. Téraj, padre de éste, los había hecho acuñar por el rey de Mesopotamia. Con aquellos mismos denarios José sería vendido a los ismaelitas. Muerto Jacob, los denarios fueron mandados a la Reina de Saba, para la compra de perfumes que engalanaran el sepulcro de Jacob y de José, quedando con ello adscritos al tesoro del Templo en la época de Salomón. Cuando los árabes tomaron el Templo, en tiempos de Raboamm, los denarios pasaron a ser custodiados por el Tesoro del árabe, de donde los cogió Melchor. Pero durante la huída a Egipto María perdió los denarios que iban envueltos, junto con el resto de presentes, en un fino paño de lino. Fueron encontrados por un pastor beduino el cual, atormentado por una enfermedad incurable fue a Jerusalén, donde Jesús lo curó y convirtió, El pastor le ofreció el antiguo hato, y Jesús lo depositó en el Templo. Allí, el Sacerdote encendió el incienso de Baltazar y, en el tercer día previo a la Pasión, tomaron los treinta denarios para pagar a Judas. De la mirra se sabe que una parte fue mezclada con el vinagre ofrecido a Jesús en la cruz, y la otra fue añadida por Nicodemo a los perfumes que luego serían utilizados en el entierro del santo cuerpo.

Cumplida su misión, los Tres Reyes regresaron a sus tierras. Pero ya no estaba la estrella para guiarlos. El viaje que antes había durado trece días, necesitó ahora de dos años, con la participación de guías e intérpretes.

Pasaron los años, y el apóstol Tomás los encontró todavía sanos y viejos. Se hicieron bautizar, y difundieron la palabra del Señor, por todo Oriente, consagrando una capilla en el mismo monte Vaus.

A la muerte de Tomás, acaecida en la India Superior, los tres reyes convocaron a obispos, sacerdotes y nobles, y les propusieron continuar la obra. Durante años Melchor, Gaspar y Baltazar continuaron con sus encuentros, hasta que una nueva aparición de la estrella presagió sus muertes. Melchor murió con 116 años, Baltazar tenía 112 y Gaspar 109.

Así termina la epopeya de los TRES REYES MAGOS.



Nicolas EYMERICH (Inquisidor Mayor de Aragón)

Cronista del Futuro, pues soy de los que sortea obstáculos convencido de llegados al actual momento de la partida, ya todas las cartas descansan sobre el tapete. Es así que el buen jugador será el competente para formular las preguntas adecuadas, pues todas las respuestas han sido ya dadas.

Jasón depositó la felicidad en una meta con forma de oro. Yo creo que la felicidad se encuentra en el camino, correspondiendo a cada uno el deber de encontrarla

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Escríbeme a nido@elnidocaotico.com. Pon en el asunto: para El Inquisidor

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