mayo 30

¡Cuánto dolor!

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Cuánto dolor acumulado. Cuánto, cuánto dolor. Los que somos de piedra no podemos comprenderlo. Alcanzamos a creérnoslo, pero no lo entendemos. No está en nuestra naturaleza; en cambio, el dolor borbotea en los que sufren, es su sello desde siempre: difícil es saber si les viene de nacimiento, si era su destino, si lo adquirieron con los años, si surgió por algo que pasó o, más bien, por todo lo que pasaba. Hay quien prefiere pensar que es una combinación de genes lo que predispone a unos a sufrir, y no a otros. Los que somos de piedra, aún incrédulos de la ciencia, necesitamos razones. No admitimos la desesperanza gratuita, los que duelen han de haber adquirido su dolor de algún modo, en alguna plaza.


¿De dónde procede la fragilidad? Qué desconcierto. «Pero, hombre, busca un proyecto», «motívate», «deja ya de torturarte…» Al que se duele y se desgaja no le valen genes, ni razones. Y en cuanto a las palabras y los hechos, se empeñan en lograr el efecto contrario al que esperábamos los que somos de piedra, espectadores impotentes.


Se abren brechas donde había grietas, se ahonda el abismo donde había un simple hoyo, una muesca en el manto del cariño. El amor se rebela y contraría, porque no es recibido sino devuelto en un incesante revés, y es que los que se fragmentan sufriendo no consiguen atrapar el amor, se les escapa; y los que somos de piedra lo lanzamos a boleo, sin puntería.


Los demonios no responden a razones, se infiltran por aquella primera grieta y cumplen su cometido: corroen, oxidan, carcomen, cizallan, desgarran, machacan, destruyen… hasta que solo queda un último hilo, la cuerda del funambulista por la que ¿quién podrá cruzar al otro lado? El grito atraviesa el espacio, el mensaje de despedida.


¿Qué nos queda hacer a los del lado de la barandilla, agarrados a ella en perplejidad granítica? Los que nunca nos quebramos recogemos el hilo, ordenamos, limpiamos, como si en esa actividad persiguiéramos desbrozar aquel camino ahora inextricable.


Frente a la desesperanza, no todo esfuerzo es fútil, pero casi todo.


Cristina Sánchez

Probando a cambiar la lente para mirar afuera,

pensándonos desde otro ángulo,

dinamitando el andamio reseco y oxidado que impide crecer al junco lanzando abrazos al aire, a ver qué pasa.

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