enero 4

Desayuno de gentío

0  comments

Estoy sentado en un bar de pueblo cercano a la ciudad. A mi alrededor hay un gentío.


Como yo desayunan, leen el periódico con aire cansino, charlan, se desabrochan las legañas. Este bar es una paleta diversa de rostros despertados: serios, alegres, somnolientos, aburridos, elegantes, comunes, cotidianos, codiciados, empedernidos, abstractos o concretos, desparramados, boquiabiertos…


Observo la puerta: Hace frio fuera. Entran y salen. Yo aunque he acabado mi café comienzo bolígrafo en mano un análisis de poeta aficionado.


Una rubia que odia la mañana y que sabe que su día será un abanico de bostezos. Se acerca a la barra. Desparrama su culo en una banqueta y pide café. Le pica el coño relamido y fuma y fuma entre lánguidos sorbos de pereza con azúcar.


Un mensajero motorizado, casco en mano. Su ruta es un camino de tachuelas y vaguedades encerradas. Entra de buen humor. Saluda al capitán de la barra y sonríe mucho. La moto es su oficina, los bares su sosiego. También en la barra, café con porras y mirada de soslayo a la rubia fumadora a la que le lanza un guiño de Don Juan desarreglado.


Una cincuentona en tacones elegantes y descompensados. Rumiante de aburrimientos y de bollo con café. Es como una sombra, allí en la esquina de la barra. No la vi entrar, tampoco la veré salir.


Entra ahora un pensionista. Garrotillo en mano, tripa estallante, sandalias de felpa, bragueta aturdida y gorra de cazador. Fuma un purito y pide un cercanías (Whisky DYC. El escocés queda muy lejos).


En una mesa con ventanal hay dos chicas haciendo pellas que se ríen por casi todo lo que se dicen. Cuando no hablan entre ellas y aun haciéndolo, hablan por el móvil y cuando no hablan escriben y leen mensajes. Y así van pasando la mañana, entre su desgarro de adolescentes y su delito de saltarse las clases de la mañana. Sus padres ni se imaginan lo que las niñas hablan. A mí me llegan sólo los ecos y ya me quiero meter debajo de la mesa.


De repente, entra una avalancha de madres muy sonoras en jauría. Han soltado el lastre de los niños en el colegio y se ríen en amplias carcajadas. Hacen corro y mastican cruasanes enormes mojados en el chocolate de sus quejas. Mastican y practican el sano deporte de poner a parir a sus maridos.


En la esquina opuesta a donde relamen las madres su orgía de churros hay una chica muy fina y muy mona y muy pija y muy todo que toma un té descolorido. No pega en este ambiente de cafetería pueblerina de roncos chuzos de cutrez. Me pregunto que hace aquí, me desconcierta su presencia en la fauna de la que formo parte. Me atrapa la mirada y como no podría ser de otra forma, yo la retiro casi demasiado torpemente. Es como una aparición no deseada en la feria de los monstruos. Sale al minuto reprochándose su despiste. No creo que vuelva por estos lares.


Cuando la niña mona sale entra un tipo con chándal y desaliño absoluto. Pide su café de pasada hacia el soliloquio de la máquina tragaperras. Hay una señora que la ocupa y que se acaba de gastar lo que llevaba para la compra. Esa noche en casa volverán a cenar sopa con pan y su marido preferirá no preguntar.


El tipo del chándal refunfuña y cuando por fin consigue embestir la tragaperras se desquita saciando 100 € que descuenta momentáneamente de su decepción de ludópata en paro.


Una pareja entra de la mano. Se sienta y charlan animados y sonrientes. El hasta le da un pico a ella. Para cuando acaban las tostadas ya han encabritado su charla y por fin salen, ella primero, cabrada, ufana, el después tras arrojar unas monedas, tras ella, desgañitado, en persecución lamentable, odiando no haber podido encajar un día sin discusiones.


En la barra reparo en un joven encorbatado que relincha gomina y zapatos relucientes. Es el que viste el uniforme de las multinacionales pero no deja que le quiten su refugio de bar cutre antes de emprender la lucha por los pedidos. Hoy habrá crisis en la empresa por las reuniones fuera de horario del jefe que alarga el momento de volver a casa y tener que ver a su esposa.


La camarera sortea las mesas y despacha con cara de cenicienta emigrante. No sonríe. No mira las caras. Relincha bufidos desaliñados.


Un ciego, abrigado de cupones saluda alto al entrar. Es el amo del lugar y se le reserva el mejor sitio porque todos le parecen buenos. Saluda a los parroquianos y cuantas anécdotas y chistes verdes. Ríe alto. Saluda a muchos. Al salir le compro un cupón.


Ya estoy en la calle y enfilo el comienzo del día. Paso al lado de un mercado y me paro. Entro y decido proseguir mi análisis poético. Pero esto lo contaré otro día.

El Hombre Pájaro


Curioso insatisfecho. Puedes encontrarme en la rama de algún árbol de los que habito. Para encontrar esos árboles tienes que buscar desechos en la base como hojas arrancadas de libros, poemas quemados, pinceles desgastados y manchas de tinta. Escríbeme a nido@elnidocaotico.com

Suscríbete y recibe nuestro boletín semanal


Relacionado

¿Qué debería cubrir el Estado?

¿Qué debería cubrir el Estado?
{"email":"Email address invalid","url":"Website address invalid","required":"Required field missing"}
>