diciembre 8

La estatua de madera

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En Majerit, la ciudad de aguas subterráneas, las estatuas de madera de cada casa tramaban algo.


La modorra de los vecinos se iba a convertir en un grito general ahogado en las gargantas.

Aquella tarde de invierno el barrio, polvoriento y sin árboles, estaba más silencioso que de costumbre, sin pájaros, sin viento; solo se oía el murmullo sordo de los coches eléctricos, que al atardecer se plegaban en los bajos fondos de cada edificio.


En las ventanas de escarcha blanca se  veían las luces mortecinas de las lámparas,  a media luz. El reflejo azul de las televisiones no cambiaba de color con la escena congelada. La locutora, con los ojos acalambrados y la voz entrecortada,  narraba los hechos que comenzaron en la casa 16 del barrio 43. Ya se contaban por miles las estatuas de la ciudad que habían comenzado a  convertirse en árboles frondosos.


Todo empezó al amanecer de ese día helador: Candela, la habitante de la casa 16, regaba su estatua de madera. La figura era de roble,  adornada con bayas de endrino cuarteadas  y ramas de romero ennegrecidas por el tiempo, con curvas de mujer arrodillada y arqueada hacia atrás, con los pechos como lunas, con la flor de la entrepierna abierta y el pelo desparramado sobre el suelo.


Candela se había afanado desde hacía tiempo, día tras día, en preñar a su estatua de madera. Naturaleza muerta. Casi muerta. Con mucho empeño abonó sus axilas y su sexo, la empapó, la calentó con la luz de una lámpara solar, la embadurnó con los restos del canario enjaulado y el orín del perro aburrido sobre la alfombra. La piel de la estatua de madera, un buen día,  comenzó por presentar escamas de líquenes y musgos, poco después, la boca rezumó rocío, agua y, por fin, saliva y más saliva, que desde la boca resbalaba hasta el ombligo. Allí,  el chorro se absorbía hacia las profundidades de la matriz de madera. Su tenaz jardinera miraba cada pequeño cambio en la estatua para seguir moldeándola.


Esa mañana, en la penumbra de la habitación, entró por la rendija de la ventana un rayo de luz y polvo, que fue a parar a los ojos de palo: se abrieron verdes de repente, con una mirada oblicua mientras salía una hormiga de sus cuencas.


La estatua de madera cobró vida.


Candela acarició las caderas de su árbol resucitado y el cuerpo de madera y musgo se  arqueó aún más para parir una rama con pequeños brotes saliéndole de la vagina. Otras dos más en las axilas. Todo sucedió ya rápidamente, dos  cepas más salieron por las orejas, el pelo se cubrió de hojas verdes y flores moradas, los pies echaron raíces. La habitación se cubrió de hojarasca y matorrales. Una red de ramas y más ramas invadió todo el barrio enredándose con las estatuas de madera de  las otras casas.


Majerit, la ciudad de aguas subterráneas,  se convirtió veloz en un bosque y pronto quedaría engullida  por unas figuras de madres madera.


La gran matrona de roble  sería en unas horas la dueña de la Vieja Europa.


“A partir de ahora- decía la locutora- cada familia deberá encontrar refugio en las entrañas de sus estatuas de madera. Era la única solución. Una nueva forma de vida en el planeta”,  “Sálvese quien pueda”


“A partir de ahora- la voz ya se oía interrumpida- encontrar refugio…  ramas enredadas… estatuas de madera…”

Juliana Guzmán

Soy aprendiz de escritora.  Algún día tendré algo que decir  que me deje más o menos satisfecha pero, hasta entonces, me entreno y entretengo con relatos cortos como estos, escritos en los talleres de escritura.

Los presento ahora en este espacio, "El nido caótico", en el que cualquier "locura" es bienvenida.

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Escríbeme a nido@elnidocaotico.com. Pon en el asunto: Para Juliana


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