Érase una vez un rey que tuvo tres hijas. Mofletudas e imaginativas al nacer, pronto destacó cada una de ellas por una particular virtud. Así, Ceroalaizquierda crecía derrochando bondad. Su alma era tan generosa que no podía ver sufrir el encierro de un pájaro en su jaula. En cambio, Cualquiercosa era toda ella inteligencia. Su espíritu inquisitivo la llevaba a preguntarse el porqué de cualquier infinito misterio; y cuando su mente conectaba con la naturaleza, era capaz, por ejemplo, de hacer desaparecer las nubes con solo dibujar en el aire su contorno con el dedo. Por último, Bocadefoca poseía un gran coraje. Su arrojo no conocía límites y era franca y sincera en todas sus manifestaciones.

Cuando fueron mozas, el rey decidió trazar sus destinos. Invertiría su fortuna en dar estudios a una de ellas; para otra buscaría un príncipe apuesto y poderoso; la tercera habría de quedarse junto a él, para cuidarle en sus horas bajas.

 Podríase intentar adivinar el destino que este rey asignó a cada una de las hijas en virtud de su don; pero mejor vayamos a los hechos.

Ceroalaizquierda, la bondadosa, adquirió la fea costumbre de disparar un tiro a bocajarro a cualquier indigente, anciano o enfermo que se cruzara en su camino, para evitarle sufrimientos. Bocadefoca tuvo la mala fortuna de estrellar su parapente contra las rocas; valiente como era, se alegró de salir viva; sólo le quedó una parálisis completa de los brazos y las piernas. Cualquiercosa, la más lista, hizo un día las maletas y escapó con su madre de aquella jaula de grillos. Hoy, todavía, ambas se encuentran en paradero desconocido.

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