marzo 27

Stabat Mater. De la recreación del sufrimiento materno como muestra de lo humano por naturaleza

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Y fue entonces que los ojos del Redentor fueron a encontrarse con los de su madre, que víctima del mayor de los pesares comprendió entonces hasta dónde llegaba la misión de aquél que como cordero había venido en realidad a enjugar con su sacrificio los pecados de toda la Humanidad.

Así transita una de las Estaciones de Penitencia más importantes por lo sobrecogedoras, del Vía Crucis que se celebra en Roma cada Viernes Santo.

En la mencionada cita podemos, sin ninguna clase de esfuerzo, sucumbir a uno de los que supone mayor alcance moral de cuantos componen los episodios de la Pasión de Jesucristo, atendiendo para ello a las fuentes que canónica y tradicionalmente con mayor fuerza sustenta la particular visión que la Iglesia Católica Moderna (Post Concilio Vaticano II se entiende), promueven como única interpretación válida si no fiel, de tal hecho.

El episodio, una vez superada cualquier traza de malversación que la interpretación interesada quiera o pretenda perpetrar; constituye en sí mismo no solo uno de los episodios culminantes de cuanto significa la Semana Santa; sino que lejos de transgredir ningún límite al respeto, podemos no obstante llegar a decir que transciende tal aspecto, constituyendo en sí mismo uno de los momentos más importantes de cuantos componen o vehiculan la siempre difícil por insostenible, relación de la Mujer para con la Iglesia Católica.

Constituye este episodio, junto con el que le acompañará instantes después, momento en el que según el documento canónico de Juan, Jesús entregará a su madre a toda la Humanidad, mediante las conocidas palabras: “Hijo, he ahí a tu Madre. Mujer, ahí tienes a tu hijo”; el momento definitivo en el que La Humanidad podrá desprenderse del miedo que gráficamente se describe desde la orfandad, toda vez que la entrega de María, constituye el acto definitivo de superación de todo miedo en tanto que su presencia será eterna, ahora como madre.

Pero llegados a este punto, y lejos de pretender por supuesto convertirnos en intérpretes de las bases canónicas, sí que es cierto no obstante que consideramos alcanzado el momento en el que habremos de detener nuestro análisis con la intención de resaltar convenientemente el alcance casi instantáneo de dos de los aspectos que más controversia han generado siempre a lo largo de la Historia de la Iglesia Católica, el papel de la Mujer en la misma, y por supuesto cómo no, la manera mediante la que se gestiona el miedo, dentro de la propia Iglesia.

La Iglesia Católica tiene en su vínculo para con el componente en tanto que mujer de la Virgen María, uno de sus grandes caballos de batalla. Así, de manera extravagante, pueril, e incluso en ocasiones cuasi-cómica, la Virgen es subyugada ante una sucesión de acontecimientos burdos cuya relación caótica tienden a deslegitimar muchas si no todas de las afirmaciones que al respecto se hacen cuando sus defensores se empeñan no en ensalzar el inherente papel especial que María tiene en todo esto, sino que para ello se empeñan, de manera incomprensible, en negar su condición de mujer. Papel que se da antes, durante, y por supuesto después, de los acontecimientos que oficial y ecuménicamente son sobradamente conocidos.

Por ello, si nos tomamos la molestia de acudir a documentos contrastados históricamente. Documentos apócrifos que bajo esta consideración esconden no su legitimación histórica (muchos están redactados incluso antes del año 50 de nuestra era, mientras que por ejemplo el Evangelio de Marcos es posterior al 75 d. C. ) sino sencillamente la muestra, otra más de las muchas que jalonan la historia de la Iglesia Católica a la hora de reconocer la validez de toda fuente que no puede controlar, (sinónimo en este caso de manipular), podremos llegar a interesantes conclusiones al respecto de la figura, obra y “milagros” de María.

Tal y como podemos intuir fácilmente, pocos habrán de ser los puntos de coincidencia que encontraremos entre el análisis que proponemos, y por el contrario aquél que proponen los medios ecuménicos al uso. Tan pocos, que éstos solo coinciden en lo concerniente a los datos objetivos, aquéllos que podríamos llamar casi estadísticos.

Así, efectivamente María procede por ascendencia directa reconocida de la Estirpe del Rey David. Es por ello y por pleno derecho miembro de una de las genealogías más importantes en términos históricos de cuantas componen las doce tribus de Israel.

Semejante constatación no responde, tal y como podemos imaginar a una coincidencia ya que, si bien Jesús vendrá a nacer en un pobre pesebre, lo hará tras haber sido concebido en el útero de una de las mujeres más puramente pertenecientes a una de las familias históricamente más influyentes del dominado Pueblo de Israel.

Y habremos de hacer especial hincapié en lo de dominado Pueblo de Israel, en tanto que semejante hecho adquiere manifestaciones ilustrativas de cara a la comprensión de la relación que María mantendrá con su hijo, desde el anuncio que el Arcángel Gabriel hará de su “Divina Concepción”, hasta el momento referido en el que Jesús, y con ello los sueños de su madre, mueren clavados en el madero del Gólgota.

Porque si como digo acudimos a documentos fidedignos, si bien no amparados por las condiciones de legitimación que hacen de la Iglesia de Roma últimos notarios de la verdad dogmática, nos encontramos paradójicamente con unas descripciones que nos llevan a componernos una imagen de María que se aleja para con mucho de aquélla que la tradición no Cristiana, sino Católica, se ha empeñado durante siglos en mantener.

Así, según fuentes eruditas de la historia, que beben de documentos fechados en el siglo I de nuestra Era, es María una mujer más cercana a los preceptos defendidos por el grupo nacionalista de los Zelotas, que a los preceptos morales aparentemente considerados por el Sanedrín, o por los Venerables Ancianos que formaban el Consejo del Templo de Jerusalén.

Con todas las precauciones que el tema exige, y acudiendo con ello sin la menor displicencia a las responsabilidades históricas que el hecho merece, podemos decir que María siempre interpretó las tendencias renovadoras, incluso la predisposición a convertirse en Rey de su Pueblo; que conformaban los proyectos de su Hijo; acudiendo a una lectura mucho más terrenal, de las que tal vez el propio Jesús refería.

Acudiendo así a los Manuscritos del Qumrán. Podemos llegar a afirmar, renovando por supuesto y por adelantado todas nuestras referencias al máximo respeto para con las creencias, que María, en su corpus doctrinal, y en tanto que como miembro insistimos contrastado de la Familia de David, simpatizó incluso activamente con la Guerrilla de los Zelotas.

Éstos, en tanto que grupo que activamente preconizaban su observación de la Ley de Moisés como la única válida para conseguir mediante su estricto cumplimiento, alcanzar el Paraíso, hacían de la lucha armada elemento válido a todos los planos en tanto que igualmente habían hecho de la expulsión del invasor romano, su máxima casi de destino.

Perseguidos así por los romanos no tanto por motivos religiosos, sino abiertamente políticos, el Evangelio de María, uno de los no reconocidos en el Concilio de Nicea (evidentemente), constata las claras simpatías que el grupo despertaba entre la Mujer toda vez que, insistimos, servían como tal vez único catalizador de la obsesión de liberación de su Pueblo que perseguía a una joven, y por ello aún ilusionada ¿Virgen? María.

Puede que tratar de imaginarse a la Virgen María como miembro activo de un Grupo Revolucionario y Ultranacionalista Israelí, suponga un esfuerzo demasiado grande para muchos. Tan grande, que les lleve a dejar de leer el presente. Sin embargo, antes de tachar de imposible la por otro lado evidente cercanía del mensaje de Libertad que Jesús lleva, con el de Liberación que los Zelotas arrastran, háganse una pregunta ¿Por qué Jesús lleva hombres armados entre sus seguidores, incluso entre los más íntimos?

Pero las motivaciones del presente documento no pasan por someter a ninguna clase de juicio, y mucho menos de carácter moral, las inimitables por dramáticas circunstancias que hubieron de ser vividas por las que sin duda debió de tratarse de una Gran Mujer.

Estaba la madre dolorosa, junto a la cruz, llorosa, en que pendía su Hijo. Su alma gimiente, contristada y doliente atravesó la espada.

Así comienza la que sin duda es una de las obras ad hoc, esto es, confeccionadas a título, y con función específica; que más y mayor influencia han tenido en la Historia de la Humanidad, no ya sólo en el capítulo concerniente a la Música Sacra en particular, sino a la Historia de la Humanidad en general.

El STABAT MATER, de Giovanni Battista de PERGOLESI, constituye una de las aproximaciones a La Pascua Cristiana, más acertada, brillante y rica, que la historia musical ha sido capaz de crear.

Capaz de conciliar de manera sencillamente brillante efectos tan contradictorios tales como el drama que supone la muerte de Cristo en la Cruz, con la alegría que confiere el hecho de manifestar que el cumplimiento de las profecías de los profetas mayores asegura por fin la definitiva salvación del Hombre: el Stabat Mater presenta además en torno a ello, un catálogo de recursos, giros, elegías y mediaciones, que no sólo eran desconocidos para los compositores que con anterioridad se habían dado a componer para éste recurso, sino que además inaugura de manera definitiva una manera original de hacerlo, confiriendo con ello espíritu propio a su obra, la cual, no lo olvidemos, no sólo sustituirá a la de Alessandro SCARLATTI en las celebraciones de viernes de dolores, sino que acabará superando ampliamente a ésta, adquiriendo rápidamente personalidad propia.

El Stabat Mater, La Virgen María, y La Pasión y Muerte de Jesús de Nazaret. Sin duda ninguna uno de los episodios por antonomasia más controvertidos de cuantos tendremos a gala y privilegio analizar aquí.

Y sin duda uno de los que más sorpresas maravillosas podrá concedernos.


Nicolas EYMERICH (Inquisidor Mayor de Aragón)

Cronista del Futuro, pues soy de los que sortea obstáculos convencido de llegados al actual momento de la partida, ya todas las cartas descansan sobre el tapete. Es así que el buen jugador será el competente para formular las preguntas adecuadas, pues todas las respuestas han sido ya dadas.

Jasón depositó la felicidad en una meta con forma de oro. Yo creo que la felicidad se encuentra en el camino, correspondiendo a cada uno el deber de encontrarla

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Escríbeme a nido@elnidocaotico.com. Pon en el asunto: para El Inquisidor

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