abril 1

¡Miedo!

Hace apenas un año, la joven cantautora francesa Pomme componía una canción titulada Anxiété (ansiedad), ignorando todavía el sentido premonitorio que sus versos iban a cobrar en estos días de confinamiento:


Yo soy la que no puedes ver.
Yo soy la que no puedes oír.
Me escondo al borde de las lágrimas
Soy la reina de los dramas.

Hace unos días, David y yo debatimos sobre el miedo social frente a un enemigo invisible, imprevisible y cambiante que tiene por nombre Covid-19 y que tiene arrojada a la humanidad en un terror alimentado, a veces hasta el paroxismo, por el misterio que lo envuelve.


David lo cataloga entre estos miedos abstractos, que no conseguimos identificar del todo, que escapa a priori a un entendimiento racional. Me cuenta aquella vez que, estando en casa de una amiga, los fuegos de la cocina se encendieron, de golpe y con estruendo, sin ninguna causa aparente. En otra ocasión fue la de una angustia insidiosa, tenaz, pegajosa como un sudor frío que le acompañó mientras sorteaba la crisis económica hace más de 10 años.


Coincidimos, por lo tanto, con los versos de Pomme, en que, en ausencia de conocimiento, el miedo se incrementa avivado por la imaginación trágica y el reflejo casi animal de resguardarse de un peligro mortal al acecho. Está servido el drama…


Aprensión y aprehensión colectivas

Una de las primeras personas en analizar el miedo desde una perspectiva psicosociológica, fue el filósofo alemán Kurt Riezler que, en  1938, tuvo que emigrar a Estados Unidos por estar relacionado con el Kreisau Circle, una facción anti-Nazi de la aristocracia alemana. Desde su cátedra como profesor de filosofía, en la Nueva Escuela para la Investigación Social en Nueva York, analizó la relación directa entre la psicosis y la falta de conocimiento. “La imaginación es una fábrica de irrealidades”, me dice David. “Lo que imaginamos no existe y es sólo una proyección que hacemos hacia un futuro más o menos cercano, tratando de anticipar un peligro que tendemos a amplificar”.


Por lo tanto, el conocimiento racional, el análisis riguroso del hecho y del dato concreto permitiría contener la imaginación volátil y la subsecuente amplificación del miedo. Justamente, en el caso de la pandemia del Covid-19, el
exceso de datos muchas veces contradictorios, a menudo complejos porque muy técnicos, no comprobados, difícilmente trazables, sacados de contexto o manipulados adrede, ha favorecido la confusión, disparando la imaginación. Para quien quiere tener una visión de conjunto de la polarización de la sociedad en cuanto a su capacidad a analizar los datos, basta con seguir el bombardeo de reacciones en las redes sociales; hay quienes  suscriben un raciocinio más absoluto, vertiendo a veces en el negacionismo sistemático, otros que se entregan a lo emocional exacerbado, abandonándose a la desesperación y a una frustración que ha derivado en la búsqueda de chivos expiatorios (los Chinos, los Italianos, los que desobedecen la orden de confinamiento, los políticos…)


El miedo como estrategia de manipulación masiva

Independientemente de la postura adoptada por los unos o los otros, respecto a su aprehensión de la realidad, lo cierto es que esta confusión nos ha llevado finalmente a todos a obtemperar… La “autocensura” y disciplina colectivas han funcionado igual sino mejor que el papel coercitivo de las fuerzas de seguridad, encargada de controlar los movimientos de las poblaciones y sancionando eventualmente a los “recalcitrantes”. El que no
obedece las órdenes de confinamiento y los principios de precaución pasa, a los ojos de la sociedad, por un traidor, un irresponsable y le falta poco por ser un homicida involuntario.


Este fenómeno nos remite por lo tanto a la tesis del aprovechamiento por los políticos del miedo como herramienta de manipulación de la voluntad de las masas, con la complicidad – a veces ni siquiera consciente- de los medios de comunicación.  “El miedo tiene esta característica de ser contagioso”, observa David. “Nos hace seguir lo que los neurocientíficos llaman los sesgos subconscientes del arrastre. Somos seres hiper sociales y necesitamos sentirnos conectados con el grupo. En este sentido, los medios de comunicación azuzan este miedo colectivo, tal vez no intencionadamente… Pero desde luego, hay titulares que son absolutamente sesgados, parciales y exagerados y los ponen en primera plana”.


Este fenómeno no es nuevo. David menciona precisamente la obra insignia de Naomi Kelin, La Teoría De Shock: “ante determinadas circunstancias de crisis, que coinciden con un determinado clima social o ideas predominantes en ese momento, se pueden aprovechar las circunstancias para aplicar ciertas políticas que Naomi Klein siempre ha relacionado con grupos de poder económico”. Para David, la “teoría del shock” también puede (muy a su pesar) producir el fenómeno inverso; que la salida de la crisis creara un clima donde el pensamiento hegemónico estuviera más orientado hacia lo público, creando políticas de más Estado.


En su obra La Cultura del Miedo, el escritor Barry Glassner compara a los políticos “fearmongers” (incitadores de miedo) con ilusionistas: “el mago que quiere hacer desaparecer una moneda en su mano izquierda, desvía la atención del público agitando la mano derecha”. Así, los políticos usan este truco constantemente, creando psicosis para desviar la atención colectiva de problemas sociales internos y justificar así operaciones de control social o
acciones de agresión externa. Los trabajos de Noam Chomsky con la Fábrica del Consentimiento, los de Al Gore con El Ataque contra la Razón y los famosos documentales de Michael Moore también han desvelado las técnicas usadas por los políticos para suscitar preocupaciones infundadas y distraer a los ciudadanos de los verdaderos
problemas sociales y de una justa conciencia de sus problemas. Estas técnicas incluyen: seleccionar y omitir información, fabricar datos, distorsionar estadísticas, transformar actos particulares en tendencias generalizadas,
distorsionar el significado de las palabras, invertir la relación entre causa y efecto, simplificar situaciones complejas y estigmatizar a las minorías.


Miedo y xenofobia

Este último punto ha sido desarrollado por los profesores Leonie Huddy, Stanley Feldman, Charles Taber y
Gallya Lahav, del departamento de ciencias políticas de la State University of New York. Sus conclusiones han puesto de relieve la tendencia de las personas que sufren de ansiedad difusa a ser menos tolerantes con las
diferencias, más inclinadas a utilizar estereotipos y a mostrar agresividad hacia los extraños, así como la conformidad con las normas culturales y la preferencia por dirigentes políticos con una fuerte visión nacionalista, un deseo de venganza contra los terroristas e incluso la participación en guerras.


El temor, volviendo a la reflexión de David sobre los escenarios post-crisis, es que el grado de permeabilidad de la sociedad a la manipulación emocional la empuje hacia una elección política que promete el “más seguridad” a cambio de un control reforzado y la subsecuente erosión de lo que consideramos los derechos individuales de los ciudadanos. Nathalie da el ejemplo de los discursos del partido nacionalista francés, Le Rassemblement National, que azuzan los temores xenófobos, en un contexto social explosivo de descontento generalizado hacia el gobierno actual de Emmanuel Macron, a tan solo dos años de las próximas elecciones presidenciales. Una parte de la población reclama una orientación política en lo económico más de corte keynesiano, viendo el Estado como garante de los derechos sociales, mientras otra parte de la población está seducida por los argumentos del partido nacionalista como garante de una hipotética “seguridad a todo riesgo” que también se presenta como el protector del bienestar ciudadano.


El miedo a lo políticamente correcto

David ha cuestionado su propio fuero interno, respecto al miedo: “tengo bastante miedo a las consecuencias económicas que pueda tener esta crisis. Si se alarga, creará una incertidumbre que haga que todo [la actividad económica en general] se contraiga. También tengo miedo a una lacra que es lo políticamente correcto; ese miedo a expresar lo que uno piensa porque va en contra de la corriente mayoritaria. Volvemos a ese sesgo del arrastre
que, paradójicamente, se opone a otro sesgo, el de la distinción: queremos ser parte del grupo siendo distintos. Ser distinto requiere ser valiente y la valentía no existe si no hay un temor que vencer
.


Volviendo al tema de los datos y del raciocinio como medio para contener el miedo irracional, David pone de hincapié la confusión que rodea la tasa de mortalidad relacionada con la pandemia del Covid-19.Ese dato “en
crudo” [por los de la penúltima semana de marzo de 2020] va variando según los países: España con un 4%, Italia con un 8%, Francia un 2%, Corea del Sur con un 1% y Alemania con un 0,36%. Un factor importante que tener en cuenta, en el caso de Alemania y Corea del Sur, es que son dos países que han practicado de manera extensa entre su población las pruebas de detección del contagio (Alemania hizo 4.000 pruebas por cada millón de habitantes, contra 625 en España). La base de número de diagnosticados positivos, sobre la que se reporta el número de fallecidos, es por lo tanto más grande que la de otros países que han hecho menos pruebas. De allí que los porcentajes de Alemania y Corea del Sur salgan inferiores. Esto pone de relieve la responsabilidad de los medios de
comunicación en manejar con rigor unos datos complejos y elegir entre informar o vender sensacionalismo.

David concluye el debate reflexionando sobre la tasa de mortalidad que se derivan de las crisis económicas: el suicidio en España (y en general en el mundo occidental) es la primera causa de muerte no natural con un balance de 3.700 personas que se quitan la vida al año, más 8.000 intentos… El British Journal of Psychiatry sacó un informe con datos de la OCDE, para el período 2008-2015 (los años de mayor impacto de la crisis financiera), que establece una correlación empírica entre la crisis y los casos de suicidios que aumentaron entre un 4% y hasta un 16% en ese período. Comparados con los fallecidos por Covid-19, los casos de suicidios, igualmente trágicos, no podrían tener el mismo impacto en la opinión pública… La pandemia del coronavirus nos ha afectado de golpe, por sorpresa, sin avisar y como Humanidad en su conjunto, no como “epifenómeno” de una sociedad igualmente enferma.  Y esto es lo que nos aterroriza.



Nathalie

Nathalie Pedestarres nació y se crio en Toulouse. Tras sus estudios, sintió la necesidad de salir a ver mundo y se fue a vivir unos años en Canadá, en Inglaterra y en España. Su trabajo de reportera también la llevó a viajar por todo el planeta, pero es en Madrid donde finalmente fijó su domicilio. Ejerció periodismo durante más de 20 años, antes de rendirse ante la precariedad del oficio, pero sin perder nunca la vocación. 

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