diciembre 7

Crítica al liberalismo de un liberal cuarentón

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INTRODUCCIÓN

Este escrito es un ejercicio de pensamiento crítico difícil de llevar a cabo ya que pretendo realizar una crítica a una filosofía política y moral en la que creo.

Creencia y pensamiento parecen difíciles de conciliar ya que la primera puede llevarnos al dogmatismo pese a que dicha “fe” ha sido fundada en lecturas y reflexiones racionales a través del ejercicio de pensar sobre ellas.

No obstante, soy consciente de que se dan en todas las personas y por supuesto en el que escribe una serie de sesgos de los que es difícil escapar. Me refiero principalmente a dos, el sesgo de identidad y el sesgo de distinción.

El primero se forma en que las ideas forman creencias y estas determinan una determinada manera de ver el mundo. Estas creencias van decantándose, formando una especie de núcleo duro de la personalidad de forma que el ir en contra de ellas se convierte de alguna manera en un ir en contra de uno mismo.

El segundo sesgo, el de distinción, responde al anhelo humano de, pese a querer formar parte del grupo (deseo de aceptación social), desear a la vez ser distinto, ser original, destacar en ciertos aspectos, ser uno distinto al otro. Es un sesgo pegado al ego, término que en palabras sencillas designo como el deseo de satisfacción personal basado en el auto reconocimiento.

Por tanto, hoy voy a tratar de ir en contra de mí mismo, dándome cuenta de que intento vencer mis propios sesgos psicológicos. Siento ya, con el mero hecho de escribir estas palabras, cierto desazón, mezclado con trazas de vergüenza (al fin y al cabo, esto es una especie de confesión íntima) y de resistencia que me empuja a dejar de escribir. Ejercicio difícil como digo este de ir en contra de las propias ideas.

He de agradecer a mis compañeros del club de lectura de ensayo del Club Clístenes sus aportaciones y siempre buen tono en nuestras discusiones, así como su paciencia en aguantar mis vehemencias y en particular a Paco Serrano por haber inoculado en mí el deseo de practicar el pensamiento crítico.

Fue su intervención en la última sesión al decirme que quitaba todo lo malo del liberalismo para quedarme sólo con la idea pura del mismo lo que me resonó especialmente para realizar este ejercicio. Si sólo nos quedamos en el plano teórico de las ideas puras sin ver si están son aplicables en la realidad o sin analizar su verdadera plasmación, nos convertimos en idealistas utópicos despegados del suelo.

Intentaré separar mi crítica de cada punto en dos apartados, por un lado, haré una crítica a la parte teórica del concepto para luego pasar a la crítica a su lado práctico, a cómo cada punto teórico se da en la realidad.

Como ya hemos aprendido nunca ha habido un único liberalismo. En esta crítica me centraré en el que yo más conozco, el liberalismo clásico, inglés o evolucionista.

DERECHO DE ADQUISICIÓN DE LA PROPIEDAD

El liberalismo defiende la propiedad privada (ya sea esta individual o mancomunada) y el establecimiento claro de un marco jurídico que defienda los derechos de propiedad. No concibe la libertad humana pensada como ausencia de coacción arbitraria sin el establecimiento de estos derechos. Su idea de justicia es la de una justicia retributiva en base a tres principios, el de justicia en la adquisición de la propiedad, el de justicia en la cesión de esta y el de justicia en la reparación de violaciones de los dos anteriores.

Es un concepto de justicia histórica (estudia cómo se dieron los hechos) y no pautada (no se basa en una pauta que determine cómo han de darse finalmente la distribución de las propiedades). Si se quiere se puede determinar bajo la fórmula:

De cada quien según lo que decida hacer, a cada quien según lo que ha logrado por sí mismo o con la ayuda de los demás o según los que otros han decidido voluntariamente darle o intercambiar.[1]

 Sobre el primer principio, el de adquisición el liberalismo teórico no acaba de explicar con claridad cómo se puede dar esa adquisición inicial de la propiedad. Salvo que destaca que debe ser una adquisición por ocupación pacífica, no determina claramente los límites de esa adquisición. De esto se ocupó Locke ya en el siglo XVII mediante lo que se denomina el proviso lockeano que determina que se puede adquirir algo por ocupación pacífica si bien establece que debe dejarse suficiente cantidad de ese algo y de igual calidad para los demás. Pero esto arroja una serie de cuestiones que no quedan bien resueltas por ejemplo ¿cuánto de ese algo hay que dejar a los demás?, ¿quién lo determina en caso de que el Estado no deba meterse en estos temas?, ¿realmente se da este acto o más bien se determina por actos no pacíficos, etc. 

Por resumirlo, el liberalismo (al menos hasta donde yo he llegado) no establece claramente los límites en la adquisición de la propiedad y por tanto tampoco puede establecer claramente como velar por el tercer principio, el de reparación de injusticias.

Desde una perspectiva práctica, si bien podemos encontrar casos en los que se da una apropiación más o menos pacífica y en cierta medida equilibrada como puede ser el caso de adquisición de explotaciones mineras en los tiempos de la fiebre del oro en Alaska, la historia nos relata una realidad más cruenta en la que la adquisición se realiza principalmente por la conquista, la guerra, el expolio. La distribución que se acaba dando en cada momento histórico se debe más a esta realidad que a una supuesta y bienintencionada ocupación pacífica.

Desplazando la crítica fuera del orbe liberal parece que en casi todos los casos dichas ocupaciones violentas se han dado desde o bajo los auspicios de la organización política existente, ya sea esta bajo la forma de reinos o más recientemente de los estados. El Estado es igualmente una creación basada en la conquista y la violencia.

Parece que no podemos escapar a esta realidad.

ASIMETRÍA EN EL PRINCIPIO DE TRANSFERENCIA DE LA PROPIEDAD

Otro principio fundamental del liberalismo es el de establecer formal o tácitamente los intercambios voluntarios a través de los contratos y el de garantizar el cumplimiento de estos.

Es claro que para que se produzca un intercambio, este debe partir de una situación de desigualdad. Nada raro hay en esto ya que si hay una absoluta igualdad material ningún intercambio de produciría. Hasta aquí todo bien, pero qué ocurre si para que el intercambio se produzca una de las partes está condicionada por una carestía de recursos tal que debe intercambiar o ceder bajo cualquier condición de la contraparte. Cuando la propia subsistencia física de la parte más débil es una condición de partida, la otra parte puede imponer absolutamente sus condiciones. Podría incluso hacer del otro un esclavo a cambio de darle en contrapartida los medios imprescindibles de subsistencia.

Sin irnos a ejemplos tan extremos, si vemos que, desde principios de la propia moral liberal, la parte más débil en una transacción puede incurrir en decisiones que le ponen en situaciones donde el resto de sus propios derechos individuales queden anulados de facto.

Es también cierto que el propio contrato siempre debe dejar especificadas condiciones de salida y también es cierto que la parte más débil pasa a estar, o al menos eso cree, en el momento de realizar la transacción en una situación más favorable que la de partida (puede preferir la esclavitud a la muerte por seguir el ejemplo)

La crítica por tanto se basa en la idea de que no se establece un límite en el principio de justicia en la transferencia de la propiedad a través de los acuerdos y contratos. De darse, como de hecho se han dado en la historia, de manera generalizada este tipo de contratos, podemos tener a amplios sectores bajo condiciones que pese a ser voluntarias van en contra de la dignidad más elemental.

Intentando buscar soluciones a esta encrucijada, llego a callejones sin salida.

Por un lado el establecimiento de leyes coactivas que limiten las transacciones en aras de la protección del más débil, puede dejar al mismo ante situaciones aún peores (prostitución versus a salario de subsistencia por ejemplo), pueden extra considerar vía generalización, que la parte más débil es siempre la que ocupa un determinado rol cuando esto no tiene por qué ser así (por ejemplo presuponer que el que contrata está siempre en una posición más débil que el demanda un empleo) o generar sus propias contradicciones (no te dejo trabajar si no encuentras a alguien que te dé el salario mínimo que determinó pero sin embargo te doy ese mismo salario mínimo o inferior sin que hagas nada, es decir te mantengo a niveles de mera subsistencia)

Por otro si pensamos en las soluciones liberales al problema, que se basan en que algo mejor está la persona con el intercambio y a que desde ahí podrá seguir buscando opciones, choca con la realidad de que dicha situación puede que no cambie o que vaya a peor. No podemos basar la dignidad de la personas en un mero posible acontecer.

Hay más casos a estudiar como los basados en usos de engaños intencionados que si bien, no obligan a la transacción, esta se acaba formalizando en base a malas y abusivas prácticas. Uso de lenguaje técnico, uso de promesas imposibles de cumplir, etc. son prácticas del tipo al que nos referimos y que pueden quedar ejemplarizadas en ciertas prácticas bancarias de colocar “basura” en manos de personas que no entienden lo que están firmando. En estos casos, si puede aplicar más fácilmente a través de la justicia el  principio liberal de reparación, pero sólo en casos muy masivos que llegan a tener relevancia y conocimiento público y donde la parte demandante tenga posibilidades de contar con los hechos probatorios suficientes. Incluso en muchos de estos casos el daño está hecho y la justicia los repara sólo en parte y tras demasiado tiempo.

En resumen, la excesiva asimetría de partida en los intercambios no es un asunto bien resuelto desde el liberalismo, aunque tampoco lo está desde otras tendencias ideológicas ya que los fraudes, abusos, engaños se dan desde el ámbito de lo humano independientemente de las instituciones (mercado o Estado) que haya detrás. La cuestión para responder sería intentar dilucidar desde que ámbito se puede prevenir o reparar mejor, tarea que se me antoja hoy imposible de contestar.

AMBIGÜEDAD E INCLUSO CONTRADICCIÓN RESPECTO A LA ASISTENCIA SOCIAL ESTATAL

Salvo posturas de ciertas “tribus” o pensadores liberales (anarcocapitalismo) el liberalismo clásico de corte inglés sí reconoce que siempre habrá  individuos que se quedan descolgados de la sociedad abierta que quieren edificar bajo los principios liberales y considera que cierto nivel de asistencia a través del Estado es necesario ya que, pese a los más acérrimos críticos del liberalismo, los liberales somos personas con nuestro corazoncito y el liberalismo se preocupa por la erradicación de la pobreza. De hecho, sus principios están basados en un conjunto de medios para lograr la paz, el progreso, el bienestar de todos (otra cosa es que no sean capaces de hacerse entender. Trataremos esto en otra parte de la crítica)

Ahora bien, si el liberalismo reconoce que debe existir esta ayuda estatal al desamparado (eso sí, de forma subsidiaria y tras no haber podido encontrar asistencia a través de otros medios como la familia, la solidaridad privada y voluntaria, las sociedades de apoyo mutuo, etc.), reconoce que, en cierta medida el Estado puede por la fuerza obligar a todos a contribuir vía impuestos a esta tarea. Es decir, reconoce que se puede conculcar el derecho individual en aras de la protección del otro. Esto no deja de ser una contradicción interna pese a lo noble de asunto.

A parte de contradicción, otra tema relacionado pero distinto, es que no deja claro y por tanto mal resuelto en qué condiciones, bajo qué premisas y con qué límites permite esta coacción enfocada a la ayuda al que queda descolgado.

Si bien la socialdemocracia real parece excederse en una distorsionada y por tanto mal llamada justicia social, al pasar de una redistribución de arriba a abajo (al realmente necesitado) a una redistribución horizontal, que lleva en la práctica y parafraseando a Frederic Bastiat, a que todos intenten vivir a costa de los demás y al establecimiento de eternas redes de dependencia y estancamiento generalizado (no puedo evitar colar alguna crítica a otras ideas...permítaseme la licencia) , el liberalismo peca por defecto o simplemente deja el tema excesivamente abierto.

La frase “un cierto nivel de asistencia” es insuficiente.

MALA COMUNICACIÓN. EL LIBERALISMO NO SE HACE ENTENDER

Una de las cuestiones más difíciles a las que nos enfrentamos las personas de pensamiento liberal es que no somos capaces de hacernos entender y aún menos de convencer. Si bien es cierto que el clima antiliberal es enorme, no somos muy duchos a la hora de transmitir y aunar voluntades. Nos quejamos de que los otros asimilan como algo igual liberalismo y capitalismo y que se tiene una visión excesivamente economicista del fenómeno.

¿Pero acaso no será que son las filas liberales las que contribuyen a esta imagen? ¿No serán los liberales los culpables de no hacerse entender? Creo que en mayor medida así es.

Los liberales llevamos perdiendo la batalla de las ideas desde hace mucho y la hegemonía cultural está en manos de pensamientos progresistas, socialdemócratas, populistas, etc. (¡Olé por ellos...se lo han currado mejor que nosotros!). Una excesiva preocupación por lo económico y una falta de explicación y reiteración de otros aspectos ha sido y sigue siendo la tónica del discurso liberal. A modo de ejemplo no se conocen las tesis liberales (tranquilos que no las voy a explicar aquí) sobre erradicación de la pobreza, sobre cooperación social, sobre el problema del medioambiente, sobre el fenómeno de la violencia, sobre la cooperación internacional, sobre la inmigración, etc.

El liberalismo pese a intentar ser una filosofía omnicomprensiva de la realidad social no es capaz de comunicar de manera adecuada fuera de la práctica del economicismo.

FALTA DE RECONOCIMIENTO DE LAS CONTRIBUCIONES DEL CONTRARIO

En general esta crítica se puede hacer extensiva a todas las ideologías y por supuesto el movimiento liberal no escapa de ella.

El mundo en que vivimos es la resultante de un enorme conjunto de causas entrecruzadas más o menos conciliables, más o menos contradictorias. Entre ellas están las diferentes soluciones prácticas realmente llevadas a cabo desde las distintas filosofías políticas. El mal del mundo, así como sus progresos se deben por tanto a la síntesis de estas influencias y fuerzas en dinamismo, a su dialéctica.

El liberalismo reniega de las unas y las unas de la primera sin darse cuenta de que es gracias a la resultante por lo que el mundo avanza en algunos aspectos y retrocede en otros. A modo de ejemplo, no se puede concebir el sistema actual sin el capitalismo liberal y este no se puede explicar sin las tendencias socialistas y ninguna sin el Estado.

El empeño en buscar la confrontación constante sin ver nada bueno o al menos complementario en lo inicialmente opuesto, es una arrogancia del que el liberalismo no escapa y que impide encontrar puntos de contacto. A modo de ejemplo: ¿Podríamos tener los niveles actuales de paz social que disfrutamos en occidente sin el desarrollo capitalista? podríamos contestar que no... pero ¿hubiese sido posible si, a la par no hubiese existido el desarrollo del estado del bienestar? podríamos contestar que tampoco o es que ¿es todo mérito nuestro?

La crítica a uno u otro sistema ideológico, la llamada batalla de las ideas es necesaria para hallar sus puntos de mejora y para el perfeccionamiento, por contraste de las propias. Pero centrar la crítica sólo en un lado descargando al propio de toda mácula de revisión no parece lo más justo ni intelectualmente honesto. De ahí este ejercicio.

EL LIBERALISMO PASA POR ALTO EL FENÓMENO DEL PODER

El foco fundamental del liberalismo es la libertad entendida en su acepción negativa, como ausencia de coacción y es la limitación del poder la mejor manera de garantizar dicha libertad, estableciendo para ello la salvaguarda de los ya muchas veces citados derechos individuales.

La aparición del liberalismo alcanza su auge en la historia como reacción a las formas de poder del antiguo régimen y del creciente absolutismo. La formación del Estado es en gran medida contribución de este pensamiento (si bien mezclado con otras muchas tendencias ideológicas) y si bien desde la teoría se pretendía limitar, en la práctica engendraron a un hijo que les devoró.

El liberalismo en su plasmación práctica siempre ha entrado y sigue entrando en connivencia con el poder coactivo y arbitrario que rechaza. Su fin teórico es noble, pero en la facticidad de la realidad, en la práctica, parece, como ocurre con el resto de las teorías, que no puede evitar corromperse en los juegos del poder.

Pareciese desde las filas liberales que el ejercicio del poder en su acepción valorativa negativa (como dominio del otro en aras del único beneficio del que lo ejerce), sólo ocurre desde la no puesta en marcha del liberalismo. Sólo ocurre desde las visiones contrarias. Sin embargo y por desgracia no es así.

Quizás el fenómeno que se está pasando por alto es que, como ya decía Adam Smith y nos recordaba la revolucionaria y contraria al pensamiento liberal, Rosa Luxemburgo, el liberalismo y su parte económica, el capitalismo, engendra capitalistas (o liberales). Cuando algunos de estos se ven beneficiados por determinadas innovaciones, suerte o aciertos, parecen olvidar las enseñanzas del credo que los inspiró y se dejan arrastrar por sus meros intereses personales negando lo que antes promulgaban. Ciertos capitalistas beneficiados tienen muchos incentivos para tornarse en conservadores de su propia situación y en buscar el mantenimiento en confianzas, relaciones y prácticas contrarias al liberalismo que los mantenga en esa esfera.

El liberalismo desde la pureza de la teoría responde que son las instituciones, sobre todo el Estado el que debe ser limitado para que no pueda privilegiar a nadie, tampoco a esos capitalistas que han alcanzado el éxito y para ello da sus recetas: limitación del poder legislativo para que no se puedan crear leyes que favorezcan interés particulares o de grupo, descentralización del poder, cesión a la sociedad de sus asuntos privados blindándolos de la intromisión de lo político en la nuda vida.

Las recetas son claras, pero ¿es viable? Ha habido gobiernos en distintos países y momentos históricos, formados por gobernantes de clara inspiración liberal y conocedores de estas recetas, pero ¿han puesto en marcha estos límites constitucionales a la propia democracia? ¿Han limitado el poder del cuerpo legislativo representativo? Parece que No ya que, de así hacerlo tendríamos realidades distintas. Estos gobernantes han entrado en connivencia con el poder.

Esta discordancia entre la teoría y la praxis no es ajena como he dicho al resto de ideologías. Todo lo noble de las ideas (al margen de estar o no equivocadas) acaba pervirtiéndose en la práctica. No pueden escapar a los juegos del poder.

No es menos cierto que podemos encontrar ejemplos pasados y presentes de países que han aplicado en un mayor grado ciertos ideales liberales (Inglaterra en el siglo XVIII y XIX, Suiza, Austria, Nueva Zelanda, Singapur, ciertos países bálticos, Irlanda en el presente) pero siempre estamos hablando de medidas parciales (Ej.: Singapur goza de grandes libertades económicas pero no políticas) y no parece que estas teorías del liberalismo clásico en su totalidad se hayan asentado con éxito duradero, escapando a la lógica del poder (el en sí y para sí) en ningún sitio, en ningún momento.

También hay que recalcar que el liberalismo se ha desarrollado en situaciones no pre-estatales sino donde el Estado (en su desarrollo inicial) ya estaba presente. Es cierto que cuando ha podido, aunque siempre parcialmente, llevar a término sus propuestas lo ha hecho desde el aparato del Estado. No es esto lo que se critica ya que el liberalismo (salvo ciertas corrientes) no niega el Estado. Se critica su fracaso real en la limitación de este. El liberalismo al ocupar el poder político lo expande, no lo reduce, mal este compartido con el resto de las filosofías políticas.  Critico por tanto su incapacidad de llevar a término su marco teórico.

¿Debemos por ello cejar en el intento? No, hay que remar guiado por los ideales pese a que esto sea posiblemente remar en aras de la utopía.

¿PERSUASIÓN O MANIPULACIÓN?

Un poder es considerado legítimo cuando es capaz de generar obediencia sin coacción. En su perfeccionamiento de los recursos y estrategias el poder ha ido abandonando la fuerza en aras de otros mecanismos. Son muchas las estrategias que usa y que no podemos detallar aquí.

A modo de ejemplo, el Estado es generalmente aceptado como bueno y necesario, prácticamente no se pone en duda, no se habla de su cuestionamiento. Hoy el Estado, si bien no ha abandonado, ni lo hará, la coacción, es un sistema que genera esa obediencia basada en esa aceptación en las personas. En un claro “Sí, quiero”

El capitalismo si bien es rechazado en general por la mayoría y produce estupor el escuchar a alguien declararse abiertamente como capitalista o incluso liberal, es ampliamente aceptado en la práctica por todos. No es una cuestión de obediencia en un sentido puro, pero sí de aceptación práctica. El capitalismo para ello necesita fomentar un creciente deseo de consumo. En base a técnicas de mercadotecnia y neuromarketing  muy desarrolladas que, como las técnicas del poder político, se dirigen a las creencias y la emoción y no a la razón y de bombardeo constante de mensajes de experiencias y modelos de vida, induce en las personas el deseo constante de consumir bienes y servicios. El consumo es el motor que mueve el sistema y por tanto hay que consumir.

Tengamos en cuenta que en este ejercicio no hay coacción. Yo puedo decidir minimizar mi consumo y no seré castigado, violentado, amenazado por ello. El capitalismo no coacciona, pero si usa su poder en forma de enorme y constante influencia de seducción  para formar mentalidades de consumo. La libertad del individuo se funde con esa seducción. La acepta cuasi incondicionalmente porque es muy complicado darse cuenta y escapar de ella de la misma forma que es complicadísimo escapar de la influencia del Estado. Nacemos bajo estas influencias abstractas, nos educan en ellas, no las vemos porque están en todas partes.

¿Es esta influencia de seducción una manipulación, es buena o mala en global, descubre o más bien induce necesidades, es deseable o debe ser limitada, es un poder que, pese a ser lícito, es demasiado grande? No tengo respuestas a estas preguntas (debo meditarlo ya que habría que sopesar muchos efectos) pero es cierto que no deja de producirme inquietud. Lo traigo a colación como crítica porque difícilmente se trae al escenario desde los foros liberales y dado que la preocupación del liberalismo no deja de ser la limitación del poder, sería de agradecer escuchar opiniones críticas o al menos de cierto cuestionamiento al respecto.

LOS FALLOS DEL MERCADO

Los fallos del mercado es un tema ampliamente tratado y estudiado por el propio liberalismo. La asimetría en el manejo de información, la aparición de monopolios (aunque sean naturales), las externalidades negativas, ciertos usos en el disfrute de la propiedad, etc.

Las respuestas aportadas son en muchas ocasiones respuestas para desviar el foco aludiendo a que, de pasar a un ámbito del mercado al Estado, estos fallos no desaparecerían y que incluso se agravarían. Sería un nuevo agente el que tendría que lidiar con ellos.

Otras respuestas sin embargo sí intentan dar solución al asunto aportando distintas recetas o justificaciones mejor o peor fundadas (Ej.: Un monopolio natural sería por la lógica de la competencia desarmado en un periodo razonable de tiempo al no haber barreras artificiales a la aparición de competidores)

Pese a todo lo traigo a este pequeño estudio como una crítica “suave” al ser como ya he explicado temas reconocidos (ningún sistema es perfecto) y sobre el que se están aportando soluciones al menos teóricas.

CONCLUSIÓN

Pese a estas críticas, el liberalismo sigue siendo la filosofía política que creo hasta ahora más acertada (a falta de que descubra o me descubran otras...a mí, está claro, no se me va a ocurrir ninguna).

La razón de mi preferencia (después de la crítica me permito cierto proselitismo) es que al menos en la teoría se preocupa de la limitación del poder político (auténtico leviatán), pone el acento en la sociedad y lo hace desde una posición de tolerancia al que es diferente, al que piensa y vive distinto.

El liberalismo se basa en dos máximas bien conocidas, “vive y deja vivir” y “no le hagas a tu vecino lo que no te gustaría que te hiciesen a ti” lo cual son meras derivadas de un principio fundamental que no es otro que el principio de no agresión y el de ver a cada individuo como la minoría más débil a proteger.

 

La ética Kantiana es la que aplica: El hombre (cada hombre) es un fin en sí mismo y nunca debería poder ser usado como medio para fines ajenos.

[1] Robert Nozick. Anarquía, Estado y Utopía

El Hombre Pájaro

Curioso insatisfecho. Puedes encontrarme en la rama de algún árbol de los que habito. Para encontrar esos árboles tienes que buscar desechos en la base como hojas arrancadas de libros, poemas quemados, pinceles desgastados y manchas de tinta. Escríbeme a nido@elnidocaotico.com


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