abril 9

DE BACH Y LA PASIÓN, SEA ÉSTA DIVINA O NO.

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Cuando el devenir de los tiempos, manifestados en la al menos en apariencia sencilla forma en la que viene a redundar la cronología, pone frente a nosotros la pocas veces sencilla ocasión de traer a colación una de esas oportunidades en las que lo divino tiene ocasión de mostrarse ante nosotros como algo si cabe más grande, precisamente por proceder de la acción de un simple mortal; es cuando te das cuenta que si algo tienes verdaderamente claro es tu firme compromiso en pos de que tal hecho sea conocido.

Por eso, que la satisfacción que sin duda planea a la hora de decidir cuál ha de ser el tema en relación al cual circunscribir nuestra aportación de hoy, comprobando precisamente el enorme catálogo de posibilidades que ante nosotros se abre precisamente por estar en Pascua, viene a incrementarse de manera exponencial al comprobar que la misma coincide nada más y nada menos que con la fecha en la que venimos a celebrar el nacimiento del que muy probablemente sea el genio por antonomasia: Johann Sebastian Bach.


Lejos pues de reducir hoy las múltiples posibilidades de expresión que tal hecho nos brinda, a un mero circunloquio biográfico, dentro del cual la narración de hechos o suposiciones más o menos conocidos, compitan con alguna mención afortunada en forma de anécdota; centraremos hoy nuestros anhelos en llevar a cabo de la manera más ordenada y satisfactoria posible, una revisión del que probablemente sea el concepto que más íntimamente fluya dentro de la visión vital de Bach.


Es la religiosidad de Bach, una de las cuestiones más peliagudas y por ende más complejas cuando no de determinar, sí al menos de definir. Elemento proclive por excelencia, la compleja personalidad del compositor, de la que tenemos conocimiento no solo por el efecto que su música provoca, como sí más bien por la interpretación de los comentarios que al respecto nos regala su esposa, Ana Magdalena; van confeccionando un escenario que evoluciona de parecida manera a como lo hace el interés por la vida y la obra del insigne maestro, las cuales han experimentado un creciente retardo que viene durando ya demasiados años.


Pero antes de perdernos, si bien sin renunciar a ellas, en elucubraciones de marcado carácter subjetivo; algo que tiene que quedar magníficamente claro desde un primer momento es la diferencia que ha de establecerse entre Religión y Religiosidad. Una diferencia que no solo importa quede claro, es que sin ella será del todo imposible desentrañar el nudo en el que puede quedar contenida la obra de Bach, un nudo de cuya comprensión dependerá inexorablemente la comprensión de la faceta vital de Bach.

Puestos a definir la Religión como un enjambre de disposiciones más o menos objetivas en tanto que pueden ser categorizadas y a la sazón ordenadas; manifestaremos casi por oposición la Religiosidad como una suerte de predisposición individual, dotada por ende de un escrupuloso sentido subjetivo, a partir de las cuales es el propio individuo, su manera particular y por ende exclusiva, el que lleva a cabo los procedimientos sintomáticos destinados a lograr su vivencia de Dios.

A nadie se le escapa ya que la mera adopción de tales patrones a la hora de llevar a cabo tamañas definiciones, si es que tal concepto tiene parangón aplicado al rango de la metafísica que se halla a la base de toda la reflexión; requieren de la aceptación inmisericorde de una serie de preceptos la mayoría de los cuales resultan excluyentes, a la par que definitorios, del escenario en este caso histórico en el que la acción por así decirlo, se lleva a cabo.


Así, la Europa del XVII, pero sobre todo la del XVIII vive inmersa en un periplo de rearme si no de redefinición para la cual muchos de los parámetros hasta el momento declarados como imprescindibles, son ahora pasto de la renovación, una renovación que no es precisamente original, en la medida en la que la aplicación del contexto resulta correcta, aunque no es menos cierto que será precisamente la evolución, o más concretamente la maduración de tales la que poco a poco determine por arrastre la evolución del propio continente.


Europa huele a revolución. Una revolución que no solo no necesita ser armada (éstas son a menudo las últimas en tener lugar, y a menudo las más estériles), sino una revolución de pensamiento, dentro de la cual la redefinición del calado de la mayoría de los conceptos, promulgue y reactive una suerte de nuevas consideraciones destinadas a erigir un nuevo continente, sin que para ello haya que erradicar los parámetros en los que hunde sus raíces el Viejo Continente.


La magnitud de la revolución es clara, sin embargo necesitamos el último empuje. Necesitamos la aportación definitiva de aquella fuerza que por excelencia es universal, y que por ende llega allí donde no llega nadie. La Religión ha de tomar partido.


Pero es la Religión como ya hemos dicho, una suerte de compendio asintomático y por ende objetivo. Habremos pues de acudir a su referente subjetivo, la ya también referida Religiosidad, para poder así comprender el vínculo que ésta estrecha con el Hombre Europeo. Porque la Religiosidad está netamente unida al Hombre, cambia con él, evoluciona con él; y por ello es sensible a sus pesares, los cuales a menudo emergen por medio de la sensibilidad, a la sazón el camino elemental por el que se expresa la propia Religiosidad.


Por ello, los cambios que desde el siglo XVI son una realidad en Europa, especialmente en una Alemania que desde mediados de siglo arde bajo las acusaciones de Lutero; dan paso poco a poco a un nuevo compendio de realidades desde las cuales las vivencias, incluyendo las religiosas, abarcan no más sino nuevos y diferentes espacios interiores del Hombre.


La nueva Religiosidad hace un hombre nuevo, y requiere de nuevos espacios así como de nuevas formas en las que desarrollarse netamente. Johan Sebastian Bach no solo no será inmune a esta nueva realidad. Más bien al contrario reaccionará positivamente ante ella, poniendo sus marcadas habilidades al servicio de la misma, consolidándose, a partir de la comprensión de la responsabilidad que tales conceptos tienen, en uno de los mayores artífices del asentamiento que el nuevo orden traído por las nuevas formas de entender a Dios, logró en Europa.


Nos encontramos pues ante las condiciones de un contexto no ya propio como sí más bien premonitorio, de una Europa en ebullición. Tiene sentido, o incluso será obligado, pues estará destinado a lograr mayor impacto. No vale cualquier cosa, no en vano, ha de ser algo grande, algo magnífico. Una obra única, insigne, categórica y eterna, como es la obra de J. S. Bach. Y todo adquiere mayor sentido si esa obra es La Pasión según San Mateo.


Ubicar La Pasión según San Mateo resulta, como suele ocurrir con todo ejemplo que supone un instante cumbre, en cualquiera que sea la escenografía en la que nos movemos; una labor altamente compleja a la par que peligrosa.

Para empezar, la propia condición de Obre Cumbre lleva implícita la que se supone superación de alguno, cuando no de la mayoría, de los preceptos y conceptos que hasta ese momento se habían erigido en preceptivos para enarbolar el categórico de adscritos al categórico canon de cualquiera que sea la forma a la que estemos haciendo mención.


De esta manera, hemos de adscribir La Pasión a la fenomenología propia de la forma Oratorio.


Es la forma del Oratorio algo que lleva evolucionando desde la primera mitad del XVI, momento en que en Roma comienza a tener éxito, para exportarse luego al resto de Europa. Sin embargo, una de las consideraciones básicas a las que hemos de hacer referencia pasa por comprender que si bien esta forma de proceder musical tuvo su propia línea de desarrollo dentro de los compendios propios de la temática vaticana, evolucionó si cabe mucho más rápido, dentro de los corolarios propios de las religiosidades luteranas e incluso calvinistas. De esta manera no solo no es injusto sino que resulta incluso imprescindible hacer mención de las especificidades de las que se vio dotado el refectorio de Música Sacra luterana, la cual alcanzó cotas y niveles de belleza y ejemplaridad verdaderamente inabarcables de haber tenido que referirse a los estereotipos católicos.


Esta realidad, comprensible en tanto que tal, no solo fue asumida sino que más bien fue adoptada con gran satisfacción por un Bach que de manera auténticamente novedosa aplicó precepto formales no sacros, a músicas directamente destinadas a conformar repertorios sacros, llegando a introducir en Misas y en Cantatas sacras, partes olvidadas o a las que había renunciado, de obras laicas, incrementando de manera brutal el campo de las emociones a las que esta música hacía mención.


Y si tal proceder resulta relevante dentro de las cantatas, qué decir de lo conseguido con La Pasión según San Mateo como exponente máximo.


La introducción de tales preceptos, desde el punto de vista observados, y dentro del contexto conocido; nos llevan a tomar La Pasión como una obra que supera con mucho la mera dramatización de un texto sacro, para tener que reconocer que estamos ante una muestra cercano a lo operístico.


Así, si bien como ocurre con las formas tradicionales de pasión, cercanas al responsorio cuando no al motete; los recitativos proceden directamente del texto del Evangelista; no resulta menos cierto que el resto de la composición afronta de manera valiente e innovadora una nueva forma de exponer los hechos; una nueva forma en la que la musicalidad supera para enriquecer, lo que estaba destinado a ser una enumeración de un hecho sobradamente conocido, que al contrario alcanza ahora una magnitud nueva e irrenunciable.


Estrenada en la Iglesia de Santo Tomás de Leipzig en el Viernes Santo de 1727; la obra fue usada por su autor en otras tres ocasiones, pasando a dormir un largo sueño del que no despertaría hasta 1829, momento en que fue rescatada, como el resto de la obra del compositor; por un joven Félix Mendelssohn. La causa, un exceso de libertad y virtuosismo que ya mereció la crítica de sus contemporáneos.


Esperemos que no sea óbice sino a lo sumo una motivación más para disfrutar hoy de una obra que ciertamente, no tiene parangón.



Nicolas EYMERICH

Nicolas EYMERICH (Inquisidor Mayor de Aragón)

Cronista del Futuro, pues soy de los que sortea obstáculos convencido de llegados al actual momento de la partida, ya todas las cartas descansan sobre el tapete. Es así que el buen jugador será el competente para formular las preguntas adecuadas, pues todas las respuestas han sido ya dadas.

Jasón depositó la felicidad en una meta con forma de oro. Yo creo que la felicidad se encuentra en el camino, correspondiendo a cada uno el deber de encontrarla

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¿Qué debería cubrir el Estado?

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  • Tengo dificultades para entender el texto. Por ejemplo, ¿qué significa esto?: «A nadie se le escapa ya que la mera adopción de tales patrones a la hora de llevar a cabo tamañas definiciones, si es que tal concepto tiene parangón aplicado al rango de la metafísica que se halla a la base de toda la reflexión; requieren de la aceptación inmisericorde de una serie de preceptos la mayoría de los cuales resultan excluyentes, a la par que definitorios, del escenario en este caso histórico en el que la acción por así decirlo, se lleva a cabo».

    • Buenos días. En primer lugar permítame agradecerle su generosidad al considerar provechoso dedicar su tiempo a la lectura de mi humilde reflexión.
      Lo que pretendo señalar en el párrafo reseñado, es que las dificultades a las que nos enfrentamos a la hora de capturar la esencia de la obra de Bach pasan por la aceptación que sobre la misma tienen factores subjetivos y a la sazón cambiantes, como son especialmente la forma de vivir la Religión y la Religiosidad. Factores que han evolucionado con el tiempo hasta el punto de permitir comprender cada momento histórico, una vez somos capaces de interpretarlos como parte de la nueva realidad llamada a substanciarlos.
      De esta manera, Bach y su obra corren el peligro de ser malinterpretados o ignorados, si no los reivindicamos haciendo ejercicio de comprensión de su contexto.
      Un saludo y reitero mi agradecimiento.

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